domingo, 24 de febrero de 2013

Privatización y liberalización es igual a corrupción e ineficacia

A poco que se analice la cuestión, será fácil concluir que en España nunca han existido empresas públicas. Me dirán que sí, que Renfe, Telefónica, Campsa, Altos Hornos… Pero la realidad demuestra lo contrario. Veamos. Durante muchos años los gobiernos monárquicos gastaron enormes cantidades de dinero en montar una red ferroviaria radial e ineficiente. Fueron empresas francesas quienes las construyeron y explotaron en un primer momento, pero de sobra sabían que si la red no se completaba con otra concéntrica el negocio no sería rentable. Al poco tiempo, ante la huida de los inversores extranjeros, que ya habían hecho su agosto con la construcción, el Estado se tuvo que hacer cargo de las líneas, primero de las menos rentables, después de todas porque ninguna lo era. Así nació RENFE, y así nacerían la mayoría de las grandes empresas de titularidad estatal a lo largo del siglo XX, no para prestar un servicio público decente, sino para salvar a las oligarquías creando un monopolio en el que colocar durante décadas a sus hijos, nietos, cuñados, suegros, consuegros y primos en quinto grado de afinidad. Dato, Romanones, Allende-Salazar, Maura, Silvela o Villaverde dejaban la Presidencia del Consejo de Ministros y, de inmediato, tenían un lugar privilegiado en las empresas que luego se llamarían Campsa, Renfe, Telefónica o Minas de Rif para matar el aburrimiento, enriquecerse, colocar a los allegados y esperar la nueva llamada del rey para volver al Gobierno. A eso se le llamaba turno pacífico en el poder, un eufemismo para nombrar a un régimen esencialmente corrupto en el que toda la riqueza del país estaba supeditada al interés de unos pocos.

Al llegar la democracia, el Estado era dueño de un gran número de monopolios en cuyas altas esferas pululaban y mamaban miembros de las mismas familias que los habían constituido con el dinero de todos más los arribistas añadido por el glorioso alzamiento nacional. De modo que el “nuevo régimen” no heredó empresas públicas para prestar un servicio magnífico a los ciudadanos, sino empresas monopolísticas de titularidad estatal regidas por particulares para su propio beneficio. Una parte mayoritaria de las grandes fortunas españolas se fraguaron al calor de esos monopolios, al calor del sufrimiento de millones de españoles que soportaron pésimas condiciones laborales y un servicio nefasto. A nadie se le puede olvidar como funcionaba Renfe, Telefónica o Campsa en 1975, una verdadera calamidad nacional.

El “nuevo Estado” debió acometer la conversión de esos monopolios en manos de la oligarquía en verdaderas empresas públicas al servicio de los ciudadanos, y en cierto modo se hizo. La modernización y la mejora de los servicios fue visible en pocos años, hasta el extremo de que, salvo Renfe, lastrada por el pésimo diseño de la red y el fomento del automóvil, todas fueron privatizadas porque a los inversores privados les resultaba enormemente goloso quedarse con el monopolio del teléfono, la luz o los combustibles fósiles. También desapareció la banca pública –recordemos Argentaria, uno de los bancos más rentables del país- y a finales de los noventa se inició el proceso de privatización de la Sanidad y la Educación en comunidades como Madrid, Catalunya o Valencia, pero en estos casos una privatización muy particular porque todos los costes seguían figurando en los presupuestos del Estado, mientras los beneficios sólo en las cuentas corrientes, normalmente opacas al Fisco, de los beneficiados con tan pingüe chollo.

La privatización de Telefónica –sirva como ejemplo de la eficacia y pureza de las leyes del mercado- fue acompañada de la “liberalización” del sector de las telecomunicaciones, permitiéndose que otras compañías pudiesen prestar los servicios que hasta entonces estaban reservados a la compañía de titularidad estatal. Ahora tenemos un montón de operadoras, no sé cuantas ni me importan, pero no tenemos un sitio físico dónde reclamar, no recibimos, como parte del Estado que somos en tanto ciudadanos y contribuyentes, los beneficios extraordinarios que genera el negocio, el servicio es cada día peor y la indefensión del usuario mayor. Si a eso añadimos que, como en los viejos tiempos, en su cuadro directivo siempre hay un lugar reservado para los desahuciados de la actividad política, hemos hecho un pan con unas hostias. Igual se puede decir de Endesa, Repsol, Gas Natural, Argentaria –hoy BBVA-, Red Eléctrica, Iberia y los cientos de empresas que sin llegar a ser públicas de verdad han pasado al sector privado. Favor con favor se paga. Sin embargo, la única empresa que ha mejorado sus servicios de forma extraordinaria ha sido la que hasta ahora no ha podido ser privatizada por los problemas de origen antes explicados: Renfe. Pensar hace unos años que un tren prestase un buen servicio y llegase puntual en España era tan utópico como pensar hoy que Rajoy sepa algún día el significado de la palabra democracia.

Y es que se privatiza muy bien cuando detrás de la privatización están los presupuestos del Estado si la cosa no es demasiado rentable, o sí es rentable, la decisión de un gobierno cuyos miembros saben serán recompensados después con todos los manjares que dios creó para los privilegiados en esta tierra maravillosa. De modo que, visto el éxito personal de las privatizaciones de las empresas de titularidad pública, deciden atacar con toda la tropa y acometer la entrega al lucro privado –con los presupuestos del Estado detrás- de la Sanidad, la Educación y la Vejez. ¿Por qué? ¿Es malo nuestro Servicio Nacional de Salud? Excelente hasta hace unos días, uno de los mejores del planeta. ¿Funciona mal la Educación Pública? Tiene a los mejores profesionales y cuando se le dan medios es infinitamente mejor, más libre, más justa y menos segregadora que la concertada que vive del presupuesto, es confesional y excluyente. ¿Y el sistema de pensiones, está mal gestionado por los funcionarios públicos? En absoluto, a día de hoy todavía tiene 60.000 millones ahorrados, aunque en cualquier momento pueden volar sin previo aviso por decisión de sus enemigos depredadores. ¿Entonces? Bien sencillo, por qué va usted, o yo, a tener derecho a ser asistido, educado o pensionado igual que un hijo de Rajoy o de Botín, por qué hay que mantener una esperanza de vida media que está entre las más altas del mundo, por qué vamos a privar a la oligarquía de la enorme alegría pecuniaria de recibir ese magnífico botín? Lo gestionarán mejor. Sí exactamente igual que Endesa, Telefónica, Repsol y demás, ya lo ve usted día a día.

Los procesos de privatización iniciados en España cuando por primera vez las empresas de titularidad estatal comenzaban a ser verdaderas empresas públicas eficaces al servicio de la ciudadanía, están en el origen de todas las corrupciones que hoy nos asolan porque cuanto se vende algo que es de todos sin que exista motivo alguno para ello, ya que da beneficios sociales y económicos, se hace porque sectores privados quieren apropiarse de la cosa para lucrarse de forma desmesurada y segura, y es en ese momento cuando el dinero fluye en cantidades inmensas hacia los centros de poder, llámense municipios, comunidades o Estado. La liberalización o desregulación es el marco “legal” abonado para que esas prácticas mafiosas puedan ocurrir y multiplicarse de modo exponencial. Es por ello que privatizaciones, externalizaciones, concesiones y demás chanchullos putrefactos y antisociales deberían estar prohibidos por la Constitución. Tendríamos entonces unos servicios públicos excelentes, perfectamente asumibles y los corruptos se verían abocados a buscar otra cloaca.

Pedro L. Angosto
Nueva Tribuna

lunes, 18 de febrero de 2013

¿Quiénes y cómo quieren vender la sanidad a costa de nuestra salud?

El actual proceso de contrarreforma neoliberal de la sanidad representa una involución radical en nuestro modelo sanitario, un verdadero golpe de estado contra la sanidad pública. Muchas son las preguntas a hacernos: ¿Es mejor la sanidad privada que la pública?, ¿cuáles serán las consecuencias de la privatización?, ¿quiénes son los mercaderes y “vendedores” de nuestra sanidad?, ¿qué objetivos y estrategias están utilizando?, ¿cómo defender la sanidad pública?

Tal y como muestran gran número de estudios, la sanidad privada es más desigual, menos eficiente y tiene peores resultados que la pública. Por ejemplo, un estudio comparativo de hospitales privados con y sin afán de lucro en 26.000 hospitales y 38 millones de pacientes concluyó que la mortalidad fue mayor en los hospitales que se lucraban. Sabemos que los hospitales privados seleccionan a los pacientes, cobran por acto médico, realizan pruebas e intervenciones innecesarias y dan altas prematuras. La gestión privada no sólo es más cara sino que sus ganancias se basan, sobre todo, en ahorrar en recursos y personal, ofreciendo bajos salarios y condiciones de empleo precarias, lo cual afecta la salud de los trabajadores de la salud y daña la calidad de la atención sanitaria. La privatización de la sanidad rompe el concepto de ciudadanía y solidaridad social y abre paso al clasismo y la discriminación produciendo desigualdades injustificables. Todo ello producirá un modelo de sanidad “trifásico”, a tres niveles: una sanidad de pago para los ricos y la clase media que pueda pagarla, una sanidad pública con servicios mínimos y baja calidad para la clase trabajadora y una clase media empobrecida, y una sanidad de beneficencia para las personas en situación de pobreza y marginación.

Los principales mercaderes de la sanidad son el poder económico representado por las grandes empresas aseguradoras y los oligopolios de una industria farmacéutica-biomédica-tecnológica sanitaria que trabaja sin descanso para ampliar un modelo sanitario cuyo potencial de negocio es enorme. Empresas como Capio Sanidad, el Grupo Ribera Salud, USP, Sanitas, HM Hospitales, entre otras, invierten y compiten por consolidar sus intereses privados y ampliar sus beneficios económicos. El pastel a repartir al mejor postor es de miles de millones de euros. Junto a las empresas, otros “presuntos” implicados en el proceso son las elites políticas y gestores de partidos como el PP, CiU e incluso del PSOE, que velan por sus intereses personales y de clase inmediatos, siendo dependientes financiera, ideológica y psicológicamente de los poderes económicos. La connivencia se refleja en valores e intereses compartidos y en prácticas de clientelismo y “puertas giratorias” con favores políticos, pagos y salarios irregulares, y adjudicaciones sin concurso. Un ejemplo es el de la Generalitat de Catalunya, donde Boi Ruiz, Conseller de Salut desde finales de 2010, ha sido director y presidente desde 1994 de Unió Catalana d’Hospitals, la patronal sanitaria que agrupa a más de 100 entidades. Un ejemplo de su lealtad para promover la entrada de capital privado en la sanidad pública se refleja en el informe de principios de 2011 realizado por la consultora PwC para la Generalitat de Catalunya. En él se detalla la propuesta de privatizar y mercantilizar la sanidad: ambulancias, laboratorios clínicos, emergencias médicas, institutos tecnológicos, hospitales, centros de atención primaria… Se puede decir más fuerte pero no más claro. Por último, otros beneficiarios del proceso privatizador son los “vendedores”, los cuales incluyen ideólogos y consultoras o “voces de su amo”, y analistas o correas de transmisión de las bondades del negocio sanitario: gestores tecnócratas que manejan “clientes” en vez de pacientes, tertulianos “sabelotodo” que claman lo indefendible y, también, expertos, analistas e investigadores, malabaristas del coste-beneficio, disfrazados de científicos.

Como una mercancía más, la sanidad pública ha sido puesta en venta al mejor postor para lograr el máximo beneficio económico. Las estrategias para mercantilizar son variadas. Una de ellas es “culpar a las víctimas” de sus enfermedades y señalar su responsabilidad personal (“repagos”) diluyendo el papel de las políticas y los determinantes sociales. Una segunda, es destruir la buena imagen y la capacidad de “lo público”. Se intenta hacer creer que la entrada del sector privado es “racional” y cubre una “función social” y, con la excusa de la “austeridad”, los brutales recortes presupuestarios están desangrando la sanidad pública. Y una tercera estrategia fundamental es la progresiva realización de cambios “político-legales” para parasitar a lo público, facilitar la gestión privada, crear fundaciones y consorcios para ocultar la realidad, segmentar la sanidad pública para ayudar a su venta, y promover el aseguramiento privado.

Tener una atención sanitaria de calidad no puede ser una mercancía sino un derecho regulado democráticamente y sufragado públicamente. Contra lo que apuntan los mercaderes y vendedores que se lucran con la salud y la vida de la gente, la sanidad pública es “la solución” y no “el problema”. La historia enseña que los procesos de movilización y lucha social, y la consiguiente generación de pérdidas y miedo en la clase dominante, son cruciales para defender nuestros derechos y conseguir otros nuevos. La salud no se vende, se defiende. Nuestra salud está en juego.

Joan Benach y Carles Muntaner
Profesores de salud pública de la Universitat Pompeu Fabra y la University of Toronto respectivamente; ambos son miembros del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET, UPF), y coautores junto con Gemma Tarafa y Clara Valverde del libro La Sanidad está en Venta (Barcelona: Icaria, 2012).
Público.es
 

jueves, 14 de febrero de 2013

Todo lo que querias saber sobre la privatizacion de la sanidad y nadie te ha contado hasta ahora. Vídeo

 
Todo lo que querias saber sobre la privatizacion de la sanidad y nadie te ha contado hasta ahora 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Manifiesto en defensa de la Sanidad Pública y de apoyo a la sanidad madrileña

Como todos recordamos, el pasado 31 de octubre las autoridades políticas que gobiernan la Comunidad Autónoma de Madrid, dieron a conocer su intención de abrir definitivamente las puertas de la Sanidad Pública madrileña a empresas con ánimo de lucro. Dicha intención, venía camuflada bajo el nombre de Plan de Medidas de Garantía para la Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público. Desde ese momento, tanto los trabajadores como los usuarios de la Sanidad Pública madrileña, iniciaron una campaña en defensa de la sanidad pública bajo el lema de “La sanidad pública no se vende, se defiende” que ha movilizado a miles de ciudadanos conformando el movimiento “Marea Blanca”. Sin embargo, desoyendo las masivas protestas ciudadanas y haciendo caso omiso a las propuestas de los profesionales, el día 27 de Diciembre de 2012, el gobierno autonómico del Partido Popular aprobó la Ley de Acompañamiento a los presupuestos de 2013 utilizando su legítima mayoría absoluta, algo que no justifica el expolio sanitario que trae como consecuencia.

La aprobación definitiva de estas medidas llevara al desmantelamiento de la sanidad pública, y la dejara en una situación crítica que afectara de manera directa a todos sus usuarios y profesionales. Todos los centros sanitarios quedaran afectados. En torno al 40% de los Hospitales de la CAM completaran el proceso de privatización que iniciaron hace 5 años, incluyendo en esta ocasión a la totalidad del personal sanitario. Se convertirán por tanto en centros 100% privados. El Gobierno de Madrid va a acabar con la sanidad publica en dos fases, la primera privatizando los servicios “no sanitarios” y la gestión, y la segunda privatizando el personal sanitario. En lo que respecta a la atención primaria la privatización de los centros de salud pretende aproximarse al modelo seguido en Cataluña, que ha permitido la privatización del 95% de los centros que salieron a concurso. 

Frente a este desolador escenario, trabajadores de la sanidad pública, organizados y unidos en una plataforma profesional, han hecho un llamamiento a los ciudadanos y usuarios de la sanidad para exigir al Gobierno: la retirada del plan de sostenibilidad para los presupuestos del próximo año, propuesto de forma unilateral por la CAM. Y el mantenimiento de la sanidad como derecho universal, no mercantilizando y al servicio exclusivo de los ciudadanos Las organizaciones adheridas a este manifiesto queremos expresar nuestro apoyo a los ciudadanos de Madrid en su defensa de la Sanidad Pública y exponer ante la opinión pública de nuestra Comunidad Autónoma nuestro firme compromiso en defensa de un Servicio Murciano de Salud público que atienda a todas las personas que viven en nuestra Región prestándoles todos los servicios sanitarios que precisen en función de sus necesidades, con calidad, eficiencia y buen trato humano y sin que sus problemas de salud, pagados con el dinero de todos, sirvan de enriquecimiento a empresas con ánimo de lucro que obtengan beneficios económicos de la salud de todos los murcianos. 

 Por ello, defendemos que 
1. El Sistema Nacional de Salud es un patrimonio de todos los ciudadanos Desde 1974 y con la aprobación de la Ley General de la Seguridad Social comenzó a funcionar la sanidad pública tal y como la conocemos ahora. Posteriormente la Ley General de Sanidad de 1986 sentó las bases de nuestro actual sistema sanitario. El Sistema lo empezaron a financiar nuestros mayores con su trabajo, aportando sus cuotas a la Seguridad Social, y lo hemos desarrollado todos los ciudadanos con nuestros impuestos tanto directos (como el Impuesto sobre la Renta) como indirectos (como el IVA). Por tanto, no es lícito que un gobierno nos enajene de lo que es nuestro.

 2. Nuestro Sistema Nacional de Salud no es el problema, sino la solución. El porcentaje de la riqueza de nuestro país que los ciudadanos gastamos en su financiación es sensiblemente inferior al que se dedica en otros países occidentales que, además, no ofrecen servicios o coberturas similares a los nuestros. Es más, cuanto más privatizado sea un sistema sanitario, mayor es su gasto sanitario público Por otra parte hay experiencias en varias comunidades autónomas de nuestro país que demuestran que la privatización de la Sanidad es más cara e ineficiente que una sanidad exclusivamente pública, produciendo servicios sanitarios de menor calidad que no llegan a todos los ciudadanos. 

3. La sanidad pública debe mantener sus valores fundamentales de solidaridad, universalidad y equidad. Todos los ciudadanos la financiamos en función de nuestro nivel de riqueza para que quienes necesiten de sus servicios puedan disponer de ellos independientemente de su sexo, profesión, raza, religión, situación laboral o capacidad económica. Si se financia con el esfuerzo de todos, no puede ser un negocio y no debe por tanto ajustarse a las leyes del mercado. La Sanidad no tiene que ser rentable, no tiene que justificarse en el beneficio económico, sino en la garantía de una salud para todos, basada en la eficiencia y buen gobierno del dinero público. 

4. Nuestro Servicio Murciano de Salud debe mejorar su eficiencia manteniendo la gestión pública de los centros. No entendemos que pacientes de nuestra sanidad pública sean derivados a centros sanitarios privados concertados para la realización de pruebas diagnósticas o intervenciones quirúrgicas mientras que haya aparatos e instrumentos en los hospitales públicos, iguales o mejores que los privados, que permanezcan apagados por falta de personal cualificado en los turnos de tarde y noche. Tampoco entendemos que permanezcan cerradas plantas o parte de ellas en los hospitales públicos mientras se deriven intervenciones quirúrgicas a hospitales concertados. Ni entendemos que por no haber hecho los deberes a tiempo los pensionistas sufran retrasos en recibir lo pagado de más por sus medicamentos. Ni entendemos que se hayan cerrado servicios de urgencias en zonas rurales. En todos los casos, es un problema de eficiencia que no solo supone un despilfarro del dinero público sino, también, el traspaso de dinero público a manos privadas con ánimo de lucro y, encima, sin los suficientes controles de calidad de los servicios ni de seguridad de los pacientes. 

 Somos conscientes de que la realidad de la Comunidad Autónoma de Murcia no es similar a la de Madrid, que los mensajes de nuestros políticos y gestores han sido de una apuesta explícita por una sanidad pública; por ello, les recordamos su compromiso social con esta política sanitaria y exigimos que esas manifestaciones públicas se materialicen de una manera fehaciente y se resuelvan lo antes posible estas grandes bolsas de ineficiencia. 

#Mareablancamurcia
 

martes, 12 de febrero de 2013

“La contrarreforma sanitaria es un golpe de Estado contra la sanidad pública”

Entrevista a Joan Benach, director del grupo de investigación sobre desigualdades en salud GREDS-EMCONET
Brais Beníntez
La Marea 


Joan Benach es profesor de salud pública y director del grupo de investigación sobre desigualdades en salud GREDS-EMCONET de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Este especialista en la relación entre las condiciones de trabajo y la salud pública alerta de la precarización de la sanidad pública derivada de los recortes, que define como “estrategias político-legales-ideológicas”. Su último libro publicado es La sanidad está en venta (Barcelona: Icaria, 2012). 

¿Qué consecuencias tienen los recortes en la sanidad pública?
La ingente reducción presupuestaria que se está realizando en la atención sanitaria conlleva cerrar centros de atención primaria, cerrar urgencias y quirófanos, aumentar listas de espera, hacer expedientes de regulación de empleo en hospitales, reducir el número de profesionales sanitarios y empeorar las condiciones de trabajo de quienes se quedan, todo lo cual deteriora los servicios y prestaciones y aumenta el riesgo de enfermar y morir prematuramente.

¿Estos ajustes ahondan en la desigualdad?
Muchos estudios muestran como la atención sanitaria pública se asocia a un riesgo menor de morir y a menores desigualdades en salud según la clase social, el género, la etnia y la situación migratoria. La sanidad mercantilizada es por tanto injusta, rompe el concepto de ciudadanía y solidaridad social y abre paso al clasismo, la discriminación y la desigualdad. Los llamados “ajustes”, que mejor cabría llamar “estrategias político-legales-ideológicas” de mercantilización y privatización de la sanidad, quieren llevarnos a una sanidad de tres niveles, que profundizará enormemente las desigualdades en los servicios sanitarios y la salud: una sanidad de pago para los ricos que puedan pagarla, una sanidad para la clase trabajadora y una clase media empobrecida con servicios mínimos y de baja calidad, y una sanidad de beneficencia para las personas en situación de pobreza y marginación.

¿Qué grupos sociales son los más afectados?
Aquí llueve sobre mojado. Los colectivos que sufren más son aquellos que ya de por sí padecen las peores condiciones sociales, laborales, y económicas. Las personas pobres, los desempleados, las mujeres obreras en situación de precariedad, los inmigrantes, las mujeres de la limpieza, los enfermos crónicos, y también las personas discapacitadas que deben desplazarse a los centros sanitarios. Claro está, la peor de las situaciones la sufren quienes padecen al mismo tiempo estas múltiples situaciones de desigualdad social. Pero, además, gran parte de una clase media cada vez más empobrecida va a verse también afectada por la reducción y calidad de las prestaciones y servicios.

¿Más allá del hecho en sí del ahorro, los recortes persiguen un cambio de modelo?
La actual contrarreforma sanitaria es un verdadero golpe de estado contra la sanidad pública. La sanidad pública y la privada son vasos comunicantes. Si se deteriora la primera, se refuerza la segunda y al revés. Los recortes, junto con las estrategias de parasitismo del sistema público y los cambios político-legales que ayudan a implantar servicios privados, quieren conducirnos a una situación insostenible que nos lleva tres décadas atrás. Con ello se pretende conseguir un doble objetivo. Por un lado, deteriorar la sanidad pública y abrir el mayor campo posible para una atención sanitaria mercantil basada en el beneficio de enormes conglomerados y grupos empresariales privados, que hacen negocio vendiendo servicios y productos sanitarios a los “clientes” que tienen el suficiente dinero para pagarlos.

El segundo objetivo es aún más malicioso si cabe. Se trata de destruir la imagen positiva que para muchos aún tiene “lo público”. Es un arma ideológica que quiere erosionar la imagen de la atención sanitaria pública y los derechos colectivos conseguidos a través de las luchas sociales. Se quiere ganar esa batalla ideológica y se nos quiere hacer creer que lo “privado”, lo mercantil, es intrínsecamente mejor, más eficiente y con más calidad e incluso, a veces, en el colmo de la perversión, se insinúa que es “más equitativo”. Afortunadamente, buena parte de la población se está dando cuenta de esas estratagemas y mentiras, y está reaccionando pasando del estado de shock a uno de mayor conciencia, y de ésta a la movilización y la lucha para defender sus derechos.

¿La sanidad pública tal como está configurada, o como lo estaba antes de que comenzaran los recortes, es sostenible?
La sanidad pública del conjunto del Estado español es bastante eficiente y barata. Aún gastando menos que la media de la Unión Europea, la calidad general es buena. Eso no quita que el sistema sanitario público deba mejorar. Por ejemplo, tiene que haber cobertura para toda la población, hay que ampliar y mejorar los servicios socio-sanitarios relacionados con la salud mental, la salud laboral o la salud ambiental, que son muy incompletas y limitadas. También debemos gastar mucho más en atención primaria y bastante menos en gasto farmacéutico, así como controlar mucho mejor el gasto tecnológico, y reducir la excesiva biomedicalización de la salud y la iatrogenia [los actos médicos que perjudican en lugar de aliviar] que producen daños a la salud evitables. Pero que se deba mejorar no puede servir de excusa para destruir la sanidad pública y venderla a quienes se quieren lucrar con la salud y la vida de la gente. Tener una sanidad de calidad y accesible para toda la población es una prioridad ciudadana que la mayoría de la población desea. La sanidad es sostenible pero hay que dedicarle muchos más recursos, y eso conlleva aumentar la baja fiscalidad de las grandes fortunas y empresas y controlar el enorme fraude fiscal existente.

¿Es más eficiente una gestión privada de la sanidad?
Los indicadores sanitarios de la atención privada son peores en comparación con los de la atención pública. De hecho, los únicos aspectos donde el sector privado muestra ser mejor que el público radica en el confort y, como parece lógico por su predisposición mercantil, en el tiempo de espera. En todo lo demás, la diferencia de calidad entre ambos tipos de atención es muy clara en favor de lo público, tanto en su eficiencia como en su equidad. La supuesta mayor “eficiencia” del sector privado y de su gestión se fundamenta en gran medida en ahorrar en personal y ofrecer bajos salarios y malas condiciones de empleo, todo lo cual afecta la salud de los propios trabajadores de la salud y daña la calidad de la atención médica. Además, por no extenderme más, los hospitales privados seleccionan a los pacientes, dan altas prematuras a los pacientes, cobran por acto médico y realizan pruebas e intervenciones innecesarias.

¿Qué influencia tienen en la gestión del sistema de salud los posibles conflictos de intereses y vínculos entre los gestores públicos y privados?
Hacer negocio con la sanidad pública es uno de los principales objetivos del capital privado en la situación actual de una crisis, que ha sido la excusa perfecta para aplicar unas políticas de privatización que vienen diseñándose y planificándose desde hace décadas. Los servicios públicos están en el punto de mira del poder económico y político y son un enorme pastel a repartir. La connivencia de las élites económicas privadas con los gestores y el poder público son manifiestas, lo cual se refleja en valores e intereses compartidos y en las prácticas de clientelismo y de “puertas giratorias” a través de favores políticos, pagos y salarios millonarios irregulares y adjudicaciones sin concurso.

Todo eso se ve bien en el caso de Cataluña, tal y como han mostrado con claridad y valentía las denuncias de los injustamente condenados periodistas Marta Sibina y Albano Dante de la revista Cafèambllet, a quienes desde aquí envío mi solidaridad y apoyo, de David Vidal, concejal de la CUP en Reus, de Ramón Serna, del sindicato CATC-CTS, o los periodistas Oriol Güell y Antía Castedo de El País Catalunya, con los casos Bagó, Prat, Sant Pau, Manté o Crespo, entre otros. La atención sanitaria pública, universal, equitativa, de calidad, y con un elevado nivel de prestaciones es un derecho ciudadano de enorme importancia que ha costado enormes esfuerzos y luchas sociales. Debemos luchar sin desfallecer para evitar que la sanidad deje de ser un derecho y se convierta en el privilegio de unos pocos que puedan pagarla.

miércoles, 6 de febrero de 2013

El gobierno contra el poder judicial. En una pendiente hacia el totalitarismo

Que el poder ejecutivo del Estado, en España, no quiere un poder judicial independiente y fuerte es algo que viene de lejos, desde el primer gobierno de Felipe González, cuando menos, e incluso de antes, cuando durante la transición se quiso poner al día al poder judicial simplemente mediante jubilaciones y, naturalmente, el cambio legislativo. Los gobiernos jibarizaban el poder judicial, habitualmente, escatimando medios de toda índole, desde los personales a los materiales. Ahora, sin embargo, el gobierno del PP y su mayoría parlamentaria han entrado en una fase distinta. Tratan de reducir sensiblemente la relativa coraza que representa para los ciudadanos un poder judicial independiente. Y van a cargarse esa independencia.

El asunto se plantea sobre todo en dos campos: en el judicial penal y en el judicial administrativo. En este mismo número de mientras tanto el lector puede encontrar un detallado trabajo de Carlos H. Preciado, publicado originalmente en Jueces para la Democracia. Información y Debate, donde se despliega analíticamente la naturaleza del ataque al poder judicial. Aquí se pretende solamente llamar la atención del lector sobre este aspecto poco visible, oblicuo, indirecto, del ataque a las libertades que está operando el actual poder ejecutivo, deslegitimado por sus actos, en la babel de la crisis presente. Que la economía no nos impida ver lo demás.

Conviene recordar al lector un par de hechos recientes. Los policías que investigaron la trama Gürtel, ese escandaloso caso que afecta a las actividades del PP, han sido destituidos y apartados del asunto (un asunto que estuvo en manos del juez Garzón y que en definitiva ya fue ocasión de la condena de éste). Por otro lado, los policías a las órdenes del juez que investiga el caso Undargarín (no vamos a llamarlo púdicamente caso Noos) también han sido apartados del caso. Con eso el gobierno ha dado dos avisos a la policía: no ha de husmear en direcciones inoportunas para él aunque lo manden los jueces.

Estos dos hechos nos dicen que, aunque la policía actua en funciones de policía judicial, de hecho no existe una auténtica policía judicial, esto es, un cuerpo a las órdenes del poder judicial, sino que en España la policía en funciones depende administrativamente del poder ejecutivo. El gobierno puede utilizar y de hecho hemos visto que utiliza esta dependencia para crear dificultades a la jurisdicción penal cuando ésta resulta molesta. A los populares no les interesa la verdad. Ya desde los atentados de Atocha vienen tratando de desprestigiar a la policía cuando ésta actúa a las órdenes de los jueces.

En una república bien ordenada la policía judicial no puede depender, como la policía gubernativa, del ministerio del interior. Debe estar funcional y administrativamente a las órdenes del poder judicial, como garantía de la independencia de éste.

Otra anomalía del sistema español la constituye la Fiscalía, en el ámbito de la jurisdicción penal. La fiscalía, pese a ciertas disposiciones que aparentan lo contrario, depende del gobierno. Ello les permite a los gobiernos de turno —y hay un largo historial de asuntos en todos los gobiernos que se han sucedido bajo el sistema constitucional— interferir en la acción judicial, deteniéndola, conteniéndola o desorientándola.

En una república bien ordenada el estatuto de la fiscalía debe quedar enteramente disociado del poder ejecutivo. La fiscalía debe formar parte del poder judicial y por tanto estar segregada del ejecutivo.

Y por último hay que mencionar el sistema de la asfixia. El gobierno, en el caso del poder judicial, no sólo recorta: asfixia. La falta de medios personales (por no hablar de los materiales) que sobreimpone ahora a las carencias que ya existían hará imposible al poder judicial un funcionamiento mínimamente adecuado. Con los medios que van a restarle va a ser muy fácil dificultar la investigación y el enjuiciamiento penales del saco de corrupción que arrastra la clase política... y la económica que se presta a ella. Así vamos.

La jurisdicción penal no es la única dañada por las disposiciones que emanan del ministerio de Gallardón. La jurisdicción contenciosa —los litigios con la administración— se halla también en el punto de mira del gobierno. Pero de eso podemos ocuparnos en otra ocasión. Porque tal como están las cosas la tendencia totalitaria que se manifiesta en la asfixia del poder judicial —atenazado el poder judicial, todo el poder estatal queda en el gobierno, con sus brazos de madera en el parlamento— nos obligará a volver sobre el asunto.

Juan-Ramón Capella
Mientras Tanto