viernes, 8 de octubre de 2010

Capitalismo, competitividad y educación

Introducción
La educación es siempre un espacio social altamente ideologizado y politizado. Tras lo que frecuentemente se constituye en sus disfraces científico-técnicos y su parafernalia conceptual, en las sociedades en manos de opresores, ella se ha orientado, en lo esencial, a hacer apología de ese orden social, con lo que ha contribuido a preservarlo; eso pese a sus, como regla, formales declaraciones a favor del progreso, la justicia y la equidad social. Tanto ella como sus diversas instituciones son, así, terreno de la lucha de clases, por más que ello trate de ocultarse. Pero, más allá de la lucha de clases, vivimos momentos llenos de magnos peligros para la existencia humana y la de todo el planeta, derivados de la infinita sed de poder del capital sobre los recursos naturales, la riqueza social, la fuerza de trabajo y el hombre en general. En este sentido, si la educación quiere hacer algo por contribuir a eliminar o, al menos, reducir esos peligros, debe alejarse por completo de los procesos que, inducidos por el capital globalizado, la empujan con mucha fuerza a su servicio.

De ahí que resulte lamentable que cada cambio en sus instituciones, por más que lleve el sello indeleble de los grandes capitales, se presente como una demanda de “nuestro tiempo”, de la “comunidad internacional” y de otras muchas cosas que se expresan, como las mencionadas, por medio de eufemismos. No asombra que, cada año, aparezcan más y más conceptos, instrumentos metodológicos, talleres y procesos que se presentan como grandes novedades o como herramientas eficaces para el “cambio”: el que las transnacionales pretenden imponer, utilizando recursos engañosos, como el Proceso o Plan Bolonia. De ahí que el utillaje conceptual de las universidades, lejos de ser el resultado de su propio quehacer y de su acumulación de experiencia, se importa, en grado creciente, de las grandes empresas industriales, financieras y comerciales que pretenden ser las dueñas absolutas del mundo en que vivimos.

De esta suerte, las instituciones educativas, sus carreras, programas, proyectos, su personal docente, administrativo y de servicio, así como sus educandos, se quieren medir, valorar, evaluar, con parámetros, “estándares” o variables del mercado. Y así como las empresas privadas desechan máquinas, tecnologías y personas cuando se estiman obsoletas, inútiles o sobrantes, así también se pretenden definir los asuntos propios del quehacer académico, incluyendo a sus trabajadores en general y a sus estudiantes. Así la privatización de la concepción educativa pueda llegar antes de que llegue la privatización efectiva de todo el quehacer, infraestructura y recursos de sus instituciones. [1]

Partiendo de esta realidad, manifestamos rechazo tajante a la persistente adopción de conceptos neoliberales por parte de las instituciones educativas de carácter público. Por las razones que les han dado origen, por su naturaleza de servicio a una nación, cualquiera que ésta sea, y, por tanto, por estar llamadas a formar ciudadanos competentes y sensibles ante los problemas que afectan a la sociedad, a la humanidad y al medio ambiente, estas instituciones están obligadas a rechazar las modas de enlatados educativos (generados por encargo de las transnacionales), las imposiciones del mercado local o global, el utillaje conceptual de la globalización neoliberal. En pocas palabras, la educación humanista, liberadora, emancipadora, no debe inculcar valores propios del capital, globalizado o no.

Preocupado por la creciente penetración del capital sobre el alma mater, el autor Boaventura de Sousa Santos, sociólogo y catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal), acota:

“Ahora que la crisis financiera ha permitido ver los peligros de crear una moneda única sin unificar las políticas públicas, la política fiscal y los presupuestos del Estado, es posible que, con el tiempo, el proceso de Bolonia se transforme en el euro de las universidades europeas. Las consecuencias previsibles serán las siguientes: el abandono de los principios de internacionalismo universitario solidario y de respeto por la diversidad cultural e institucional en nombre de la eficiencia del mercado universitario europeo y la competitividad; las universidades más débiles -concentradas en los países más débiles- serán situadas por las agencias de calificación universitaria en la cola del ranking, supuestamente tan riguroso como realmente arbitrario y subjetivo, sufriendo las consecuencias de la aceleración de la desinversión pública; muchas universidades cerrarán y, tal y como ya está sucediendo en otros niveles educativos, los estudiantes y sus padres deambularán por los países en busca de la mejor relación calidad/precio, como ya lo hacen en los centros comerciales en los que las universidades se están transformando.” [2]


Adopción inaceptable de conceptos ajenos a la educación

Nuestra preocupación no consiste en dejar de usar o no un concepto dado, sino en revelar su sentido real, su intencionalidad predominante y no la que, inocentemente o no, queramos imprimirle.

Imperialismo, por ejemplo, no es un concepto que designe algo a defender, sino a condenar, a luchar contra lo que encierra para la mayoría de la humanidad. Sin embargo, tiene defensores que lo disfrazan de mil formas. Entre estos últimos, se cuenta a educadores que, llamándose “apolíticos”, lo utilizan burlonamente para poner en tela de juicio la existencia de un dominio global que saquea, amenaza, interviene y desata guerras modernas de conquista, sin renunciar al uso de armas de destrucción masiva.

Tampoco hablamos de desterrar de nuestro léxico conceptos como cliente, pero nos rebela su uso para hacer referencia a los educandos, personas que no están en función de transacción comercial alguna. Siendo claros, cliente no es una persona cuyo bienestar o satisfacción preocupen regularmente a los grandes propietarios privados. A éstos les importa el lucro a costa del primero. Al educador auténtico, en cambio, le preocupa el educando, su suerte como persona; su disposición para formarse en función de servir a la sociedad, a los demás, a los seres humanos en general, a la madre tierra.

Examinemos un poco el concepto “recurso humano”. Mediante su puesta en práctica, el proceso de despersonalización del trabajo humano se ha profundizado, convirtiéndose en “el recurso humano” de la empresa. El trabajo humano deja así de ser el de un sujeto social para ser organizado como objeto por la empresa-capital y la sociedad-economía; se le arranca la máxima productividad posible, se le fuerza a dar su contribución a la competitividad de la empresa y del país -en manos del poder empresarial-y se logran costos relativos mínimos. [3] Conceptos como coaching y otros semejantes, igualmente se han lanzado al ruedo académico provenientes del mundo mercantil y asociados. Por ello, al coaching se le vincula con la competitividad y con la empresa; sirve para que su directivo “pueda seleccionar y priorizar los objetivos a largo plazo de la misma .” [4]

En la misma línea, determinados educadores se empeñan en convertir a la universidad en empresa; más claramente, en empresa privada o, al menos, en algo que se le asemeje notablemente. Muchos de ellos, probablemente, ignoren que esa idea está inspirada -más aún impuesta- por las transnacionales, inventoras del Plan Bolonia [5] que nada bueno ha dejado a las universidades europeas, ni a las que, en Latinoamérica, por ejemplo, se han sumado a ello, porque el objetivo que con él se persigue no es elevar la calidad de la educación, sino ponerla al servicio exclusivo del capital internacional, de los acaparadores de riquezas, de los que quieren adueñarse de los recursos del planeta e imponer un dominio cada vez mayor y brutal sobre los pueblos. Y a eso se apuesta con la idea de convertir a la universidad en empresa.

En este marco de cosas, se quiere convertir al empresario en modelo de conducta, en persona a imitar, en el héroe de nuestro tiempo. Por ello, en vez de educar en un espíritu emprendedor, ciertos educadores quieren educar en un espíritu empresarial. Para colmo, confunden el humanismo con la misantropía. A eso equivale el objetivo de formar profesionales competitivos, pretendidamente “con valores éticos, morales y cultura ambientalista”, cuando la competitividad es lo más reñido con la naturaleza y los valores éticos y morales, al menos con los que colocan al bienestar de la humanidad como centro de toda transformación social, jamás al mercado.

La realidad de la competitividad

Aunque no se quiera percibir la realidad de la competitividad, ésta conduce al darwinismo social, no sólo en el ámbito económico, político y social, sino también en la misma educación. No en vano, a ella se le presenta como el instrumento esencial para la supervivencia de cada individuo y la de cada país. Por esta razón, la educación tiende a transformarse en un espacio en el que cada uno vela por sí mismo; desea tener más éxito que los demás y ocupar el lugar de los demás, lo que se traduce en una cultura de guerra, que niega la convivencia con las restantes personas y coloca el interés particular antes que el general. Así, el sistema educativo “llega a privilegiar la función de selección de los mejores, en vez de la función de valorización de las capacidades específicas de todos los alumnos.” [6]

En un artículo en el que tratamos sobre el vínculo indisoluble existente entre neoliberalismo y competitividad [7] , nos formulábamos, entre otras, las siguientes interrogantes:

“¿Cómo educar con sentido emancipador o al menos progresista, si por encima de la solidaridad entre los hombres, pueblos y naciones y de la necesaria complementariedad en el intercambio entre los países, regiones y continentes, tal como lo plantea y practica el ALBA, se coloca en primer plano […] la competitividad, justamente, aquello que asumen como elemento primordial del mundo capitalista, sus ideólogos, sus mercados y sus instituciones en general? […] “¿No es acaso la prédica más efectiva del individualismo, como valor entre valores de la civilización occidental, lo que se esconde detrás del concepto competitividad? […] “¿Se puede soñar con una definición de competitividad sustancialmente distinta de la que, desde siempre, trasnacionales, mercados globales, empresas y empresarios lanzan al ruedo y ponen en práctica?”

A lo último, respondimos que sí, pero así no se llega a ningún lado, porque dicho concepto se comprende, predominantemente, del modo que lo ha impuesto la esclavitud asalariada. Y siguiendo los planteos de Moacir Gadotti, profesor titular de la Universidad de Sao Paulo y director del Instituto Paulo Freire, anotábamos que los adeptos del neoliberalismo confunden calidad con competitividad, cuando lo que vuelve competentes a las personas, no es la competitividad, sino la capacidad para “enfrentar sus problemas cotidianos junto con los demás problemas y no de manera individual”. En esta misma línea, el autor señala que los neoliberales reducen al ciudadano a la condición de cliente o consumidor, cuya libertad consiste en escoger productos o, digamos, en conocer las “mejores” escuelas para escoger alguna. De ahí que la emancipación no forme parte de sus metas. [8]

La competitividad confronta a personas, naciones, regiones y continentes entre sí; convierte al otro en adversario o enemigo; fácilmente empuja al que la asume a recurrir a cualquier medio para realizar sus ambiciones; con frecuencia, compele a actuar sin ningún ápice de ética o moral [9] ; fragmenta los procesos económicos y sociales de una nación para someterlos a lo que demandan los mercados ampliados; promueve comportamientos basados en derechos individuales, jamás en los colectivos [10] ; intenta que el rol del Estado, sindicatos, escuelas, universidades, ciudades, etcétera, se reduzca a crear el entorno para que las empresas se vuelvan o se conserven precisamente competitivas; rinde culto al “mejor” desde una óptica estrictamente crematística [11] ; obliga a competir a la clase obrera de unos países con la de otros por condiciones de trabajo y salarios [12] , igual hace con los individuos y las instituciones, lo que incluye centros educativos de distinto nivel. [13] Por ello, se sostiene enfáticamente que la globalización de la economía, a la que se dibuja como proceso sin dueño, por sí misma, obliga a todo el mundo a someterse a la competitividad. De este modo, cada empresa, ciudad, región, país y el mundo en su conjunto, se ven colocados en un campo en el que los más competitivos resultan gananciosos o al menos supervivientes. [14]


Competitividad contra toda regulación, menos para las grandes transnacionales

Una idea esencial contra la competitividad no sólo desentraña su esencia antihumana sino que, además, la descalifica en sí misma: ella “no es tan competitiva cuando se trata de afectar monopolios.” Su discurso sólo sirve “para legitimar una competencia desleal en que los productores directos de nuestros países buscan desesperados parar la avalancha de productos baratos que entran por todas partes desde los mercados y maquilas globales.” [15] Y no se debe ser marxista para concluir que la competitividad no tiene otro propósito que optimizar la explotación. En su nombre, se impone todo tipo de desregulación, en aras de que el trabajador “sepa lo cerca que está la calle si decae su ánimo…” [16] Pero, igualmente, se trata de optimizar el saqueo de los recursos naturales. A esta estrategia de desregulación de la explotación de la mano de obra y del saqueo de los recursos naturales ha respondido y responde, por ejemplo, la incorporación de México al TLCAN, lo cual se acompaña de la proyección policíaco-militar y paramilitar destinada a preservar el “negocio”. La competitividad y la “seguridad”, se dan así de la mano. [17]

La competencia, creando abundancia para pocos y miseria para muchos, permite que la producción, pese a su naturaleza social, sea apropiada por pocos, lo que genera el enriquecimiento de unos cuantos y el empobrecimiento de las mayorías; es la causa primordial del agotamiento de los recursos naturales. De este modo, bajo un marco pretendidamente racional, las grandes concentraciones de riquezas y las guerras que se desatan para acrecentarlas y defenderlas, se presentan como si se tratara de fenómenos naturales. [18]

A partir de todo ese andamiaje dominante, se manifiesta preocupación porque, cada vez más, los gobiernos pierdan capacidad de iniciativa y cedan soberanía política ante los poderes imperiales del mercado. Con ello, se corre el riesgo de convertir a los Estados “en gigantescas empresas obsesionadas por el rendimiento económico, inmersas en una lucha global por la competitividad”, soslayando que “el objetivo de la sociedad no debe ser producir dividendos sino solidaridad y humanidad”. Se persigue así que las decisiones sociales, ya de por sí afectadas desde siempre en el capitalismo, sean transferidas por completo a las fuerzas que quieren administrarlas en provecho exclusivo del mercado. [19]

De lo que significa el mundo globalizado deriva la mayor paradoja existente en el mundo, expresada hoy, con más intensidad que nunca, en que, pese a que las innovaciones tecnológico-organizativas conducen a que un país crezca materialmente, generan que su población se empobrezca; pueden incrementar las exportaciones de una nación, al tiempo que reducen sus fuentes de empleo; provocan amasamiento de riqueza cada vez en menos manos. [20]

La política dominante actual, incluyendo lo relativo al ambiente y al clima, siendo de corte netamente neoliberal, está dirigida a la competitividad y a mantener y fortalecer el poder de gobiernos, empresas y sociedades del Primer Mundo. Hoy no solo se promueve el modo de vida de Occidente como algo atractivo, sino que se equipara bienestar y seguridad social con crecimiento económico, lo que supone crecimiento de la producción de automóviles, aeropuertos, agricultura industrial, etcétera, con base en el uso intensivo de los recursos [21] con todo lo que ello encierra.


A manera de conclusión:

¿Cómo es posible que las cosas expuestas no sean motivo suficiente para una permanente preocupación, reflexión y acción de las universidades públicas, en función de contribuir a cambiar de raíz la naturaleza antihumana de la democracia que impone el sistema capitalista, con sus mercados globalizados, su consumismo, su productivismo, sus amenazas de invasión, intervención y guerras para adueñarse de toda la riqueza planetaria que, al igual que todo lo anterior, son expresiones de la competitividad que promueve ese sistema? ¿No son el golpe de estado en Honduras o el intento de golpe de estado en Ecuador, dichosamente abortado, como lo fue antes el de Venezuela, claras muestras de la perversidad que la competitividad inculca?

Así las cosas, muy lejos de ver a la educación como un asunto estrictamente de tecnología o metodología y, por tanto, como algo que debe dejarse en manos de “expertos” en estos campos, la vemos, antes que nada, como espacio en el que, una de dos: o sirve para contribuir a la más profunda transformación social o, por el contrario, para coadyuvar a la eternización de la injusticia social. Una de las formas esenciales de combatir la opresión local y mundial es el rechazo a la influencia ideológica del mercado global y sus empresas en la sociedad en general, y en la educación en particular, lo que pasa, entre otras cosas, por el rechazo al utillaje conceptual que la educación importa en grado creciente del mundo empresarial.

En Nicaragua, sobre todo ahora que en ella están y seguirán operándose profundos cambios sociales, la educación pública debe orientarse a formar ciudadanos que contribuyan a profundizar esa transformación a favor de las mayorías; jamás a consolidar los valores propios de la causa del individualismo y la competitividad propios del capitalismo. No obstante, en mayor o menor grado, durante los dieciséis años de gobiernos neoliberales, ella cayó en las enmarañadas redes de la globalización imperial. Y ahora, pese a que se cuenta con un gobierno al que sí le importan las mayorías, la redefinición de su norte académico y conceptual se ve obstaculizado, entre otras razones, por la inercia, la comodidad de seguir en lo mismo y por los vínculos internacionales que sus instituciones poseen con el extranjero, en el que, se quiera o no, dominan con fuerza las concepciones neoliberales.

No quiere decir que aboguemos por el aislamiento local e internacional de universidades y escuelas del país; significa, por el contrario, aprovechar esas relaciones para batallar, desde adentro y desde afuera, a favor de la superación de moldes de pensamiento y acción que atrofian su quehacer, para ponerlas por completo a tono con las necesidades de la nación, la humanidad y la naturaleza. Nos toca, pues, decidir con franqueza y de una buena vez, con quién estamos, a quién servimos, en función de qué y de quiénes existimos.

En nuestro país, el lema “Nicaragua cristiana, socialista y solidaria”, expresa el compromiso inclaudicable del Sandinismo al lado de los pueblos y de la preservación de la Madre Tierra. Tal debe ser el paso que, de forma inclaudicable, debemos adoptar en todos los niveles de la educación pública.


[1] . Al respecto, se acusa la privatización “endógena”, referida a centros de enseñanza que parecen empresas o que funcionan como si sus funciones fueran actividades comerciales; implica la adopción “de ideas, métodos y prácticas del sector privado” en aras de hacer que el sector público sea cada vez más parecido a una empresa y vaya, así, convirtiéndose en algo crecientemente comercial. Este es la privatización en la educación pública. El otro tipo de privatización es la de la educación pública, se llama “exógena”; implica la incorporación del sector privado en centros de enseñanza pública. Comprende la apertura de servicios de educación pública al sector privado, mediante modalidades basadas en el beneficio económico, así como la utilización de ese sector en lo que atañe “a la concepción, la gestión o la provisión de diferentes aspectos de la educación pública.” Stephen J. Ball y Deborah Youdell: Privatización encubierta en la educación pública. http://firgoa.usc.es/drupal/node/37818 http://firgoa.usc.es/drupal/files/2007-00242-01-S.pdf

[2] . Boaventura de Sousa Santos . La "desuniversidad". http://www.rebelion.org/noticia.php?id=112734

[3] . Ricardo Petrella. Las trampas de la economía de mercado para la formación del futuro: más que un anuncio, la necesidad de una denuncia . Revista Europea de Formación Profesional , ISSN 0258-7483, Nº 3, 1994 , págs. 28-34

[4] . Coaching y competitividad. http://human-coaching.net/boletines_socrates/editoriales/coaching_y_competitividad.html

[5] . Manuel Moncada Fonseca. “ El utillaje del mundo académico, Bolonia y América Latina”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=84092 ; véase también, ¿Son identificables los conceptos universidad y empresa? http://www.rebelion.org/noticia.php?id=81422

[6] . Ricardo Petrella. “La enseñanza tomada de rehén. Cinco trampas para la educación”. http://www.rieoei.org/opinion03.htm

[7] . Manuel Moncada Fonseca. “ El neoliberalismo, ideología de la competitividad”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=88526

[8] . Ibíd.

[9] . Manuel Moncada Fonseca. “ Capitalismo, amor al prójimo y competitividad”. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=64119

[10] . Gerardo Bianchetti. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Salta. Argentina. Una aproximación al análisis de las orientaciones políticas para la formación docente en el contexto de políticas de ajuste. o "de cómo se aplica el principio de la "bomba de neutrones" en educación". http://www2.uca.es/HEURESIS/heuresis99/v2n4.htm

[11] . Ignacio Fernández Delucio. “Competitividad vs. Solidaridad Los Límites de la Competitividad Universidad Politécnica de Valencia”. Artículo escrito para la Revista AGORA , Valencia, febrero de 1994. http://www.unl.edu.ar/conciencia/anio2n4/pag6_7.htm

[12] . Salva Torres. La Izquierda transformadora frente a la competitividad capitalista. http://www.espacioalternativo.org/node/935

[13] .Internacional de la Educación V Congreso Mundial. Julio de 2007. Privatización encubierta en la educación pública. Informe preliminar elaborado por Stephen J. Ball y Deborah Youdell.

[14] . Ricardo Petrella. Las trampas de la economía de mercado para la formación del futuro: más que un anuncio, la necesidad de una denuncia . Ob. cit.

[15] . Mauricio Rodríguez Amaya. Herejías sobre el dogma del "desarrollo: 50 años del BID. http://prensacolombia.blogspot.com/2009_03_22_archive.html

[16] . Josep Ramoneda citado por Joaquim Vergés i Jaime. ¿PORQUÉLLAMAMOS COMPETITIVIDAD A LO QUE ES FRÍA PRESIÓN HACIA LA REDUCCIÓN DE COSTES? www.recercat.net/bitstream/2072/42992 /1/iea competitividad .pdf -

[17] . Gian Carlo Delgado Ramos. “Integración competitiva”. Latrocinio, función de los corredores multimodales del TLCAN: agua, energía y competitividad. http://globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=6368

[18] . Jaime Yanes Guzmán. La trampa del pensamiento lineal. http://rie.cl/?a=30277

[19] . Manuel Peinado Lorca. El dogma economicista. h ttps://portal.uah.es/portal/page/.../El%20 dogma %20 economicista .pdf

[20] . Los límites de la competitividad. Cómo se debe de gestionar la aldea global http://www.revistacriterio.com.ar/cultura/los-limites-de-la-competitividad-como-se-debe-gestionar-la-aldea-global/

[21] . Ulrich Brand. EN POS DE UNA CRÍTICA Y ACCIÓN RADICAL EN TORNO A LAS POLÍTICAS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO Y COPENHAGUE 2009. http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article381

Manuel Moncada Fonseca. Rebelión


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