El fenómeno de las subastas voluntarias de trabajadores en determinados rincones de nuestras ciudades era del todo esperable, pero no por ello es menos trágico. Cada vez más, cientos de desempleados buscan desesperadamente un trabajo a cambio de lo que sea para poder mantener a flote a su familia. Dispuestos a rebajar sus pretensiones económicas y las condiciones de su trabajo hasta límites insospechados, rivalizan a la baja con otras personas tan abatidas como ellos. Seguramente, para conseguir un trabajo de explotación en el que quizá tampoco cobren lo acordado bajo amenaza de no tenerlos en cuenta en futuras ocasiones.
La situación me recuerda el pequeño estudio Discurso de la servidumbre voluntaria, escrito en el siglo XVI por Étienne de La Boétie, donde se analizan los motivos de la sumisión voluntaria a la tiranía. El autor se interroga acerca de los mecanismos por los que un solo hombre puede llegar a imponer su voluntad sobre todo un colectivo. No es exagerado pensar que actualmente nos encontramos ante una nueva tiranía: la del mercado. Y la pregunta vuelve a ser pertinente: ¿por qué tantos hombres aceptan someterse al nuevo feudalismo laboral?
La situación me recuerda el pequeño estudio Discurso de la servidumbre voluntaria, escrito en el siglo XVI por Étienne de La Boétie, donde se analizan los motivos de la sumisión voluntaria a la tiranía. El autor se interroga acerca de los mecanismos por los que un solo hombre puede llegar a imponer su voluntad sobre todo un colectivo. No es exagerado pensar que actualmente nos encontramos ante una nueva tiranía: la del mercado. Y la pregunta vuelve a ser pertinente: ¿por qué tantos hombres aceptan someterse al nuevo feudalismo laboral?
A la vista de lo que ocurre, quizá sea verdad que la historia no es un recorrido de soluciones a problemas, sino una sucesión de diferentes reordenamientos de los mismos problemas. Así, los conflictos de fondo permanecerían presentes en todo momento y únicamente se encontrarían soluciones que se aceptan durante un tiempo como provisionales. A partir de ese planteamiento, quizá puede entenderse mejor que el equilibrio pactado entre los intereses del capital y los derechos sociales solo ha sido un orden posible entre otros muchos, y que ahora nos vemos forzados a revisarlo.
En cualquier caso, es imprescindible tener claro un aspecto: la subasta de la propia fuerza de trabajo no es solo una cuestión de abuso por parte de ciertos empresarios, que también. No se trata de un problema que afecta a determinados colectivos, aunque los más frágiles sean los más expuestos a sufrirlo directamente. No es tampoco una situación puntual o transitoria, a pesar de que nos encontremos en un proceso de cambio. La situación de las personas que hoy se someten a esa tiranía, más allá del drama personal, es la expresión de un cambio más profundo. Un cambio que tiene que ver con una variación en las cuotas de equilibrio entre el mercado y la protección social. Se trata de un cambio en las reglas de juego. Un cambio que ha venido con la intención de quedarse.
Se están sentando las bases de un nuevo marco que apunta a un aumento de la actividad económica no vinculada necesariamente a la ocupación. Menos aún a los derechos sociales. Se trata de un cambio de paradigma.
Un cambio que va a provocar de manera progresiva que muchos trabajadores desempleados y desesperados estén dispuestos a dimitir de sus propios derechos para poder asegurarse un ingreso económico. Podemos seguir pensando que eso a nosotros no va a sucedernos. Pero esa no es la cuestión. Lo que debe preocuparnos es la posibilidad de que se estén forzando las condiciones para crear un clima social en el que puedan darse nuevas servidumbres voluntarias. Un ambiente de dimisión social. Ante ese riesgo, son importantes iniciativas como la declaración Ni un paso atrás!, impulsada por un conjunto de plataformas ciudadanas, en las que se apunta la necesidad de no permitir retrocesos que faciliten nuevos (des)equilibrios ligados a una mayor precariedad y vulnerabilidad de las personas.
Xavier Orteu
El Periódico
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