La doctrina del liberalismo se declara como defensora a ultranza de la libertad en el seno de la sociedad. Mas, siendo la libertad “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, según célebre alegato del ingenioso hidalgo manchego, cada cual interpreta el sentido de su libertad procurando llevar el agua a su molino. De ahí que pida libertad de opinión el político, libertad de prensa el articulista y libertad de comercio el gremio general de tenderos locales y multinacionales. Y que la patronal de la industria clame a diario por la libertad de despido de los trabajadores empleados en sus factorías.
El empleo como artefacto social es también un artefacto de dominación. El empleo asalariado establece una desigual relación contractual. No sólo la dirección de los objetivos del trabajo y la disciplina en la ejecución del mismo pertenecen en exclusiva al empleador, sino que también le pertenece la facultad de otorgar o no el contrato laboral. Si el Estado puede establecer la pobreza por decreto, el empresario ni siquiera necesita recurrir a una vía tan solemne. Le bastará pronunciar una fórmula tan simple como “Pérez, está usted despedido”, acompañada del cumplimiento de un mínimo paripé legal, para haber ejercido el más absoluto dominio sobre la vida del empleado.
Mito sociopolítico o leyenda urbana, el Pleno Empleo es una contradicción en sus términos: desde las primitivas hachas de sílex a la utilización del silicio en los chips electrónicos, cada avance tecnológico significa un ahorro de esfuerzo humano. Pero como señaló el economista polaco Michał Kalecki (1899-1970), “los fundamentos de la ética capitalista exigen que usted gane su pan con el sudor de su frente… a menos que usted posea medios privados”.
Así, las nuevas tecnologías no han sido utilizadas para distribuir mejor el tiempo de trabajo, sino para favorecer una gigantesca concentración de capital privado. El neoliberalismo ha creado el imaginario de una sociedad supeditada funcionalmente a las necesidades del mercado. Esa irracionalidad exige que todo el mundo acepte que el progreso económico exige mercados de trabajo “desregulados”, aceptando asimismo que existirán grupos sociales “vencedores” y grupos sociales “perdedores”. Por definición, el capitalismo no puede coexistir con el pleno empleo. La lógica del sistema exige regular sus necesidades de mano de obra y precio de la misma manteniendo un fondo permanente de trabajadores parados: el Ejército Industrial de Reserva, en términos marxistas. Un ejército integrado por batallones de castigo, pues, según Kalecki:
“Bajo un régimen de pleno empleo, el ‘despido’ dejaría de desempeñar su papel disciplinario. Se minaría la posición social del jefe o patrón y crecería la confianza en sí misma y la conciencia clasista de la clase trabajadora. [...] Es cierto que bajo un régimen de ocupación plena las ganancias serían mayores que el promedio de las mismas bajo el laissez-faire. Pero los líderes del mundo de los negocios aprecian más la ‘disciplina de las fábricas’ y la ‘estabilidad política’ que las ganancias mismas. Su instinto de clase les advierte de que el desempleo es parte integrante del sistema capitalista normal.”
El mundo de los negocios y sus voceros -Aznar, prensa salmón, servicios de estudio de la Banca, economistas sin vergüenza- no cesan de reclamar esa forma espuria de libertad que es la libertad de despido. Se ha utilizado el despido como medio disciplinario, mas no se debería olvidar que, en buena lógica, los grupos perdedores en el campo laboral podrían revolverse y utilizar la fuerza para recuperar posiciones por otras vías. Al fin y al cabo, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Carl Philipp von Clausewitz dixit.
José Antonio Pérez - ATTAC Madrid
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