Se inmoviliza al reo boca arriba y se vierte sobre la frente una gota de agua fría cada cinco segundos. Las primeras parecen inofensivas, pero al cabo de varias horas el torturado muere. Se llama gota china y es un método de tortura incruento, pero efectivo. En España hacer negocio con la sanidad es difícil mientra exista la Seguridad Social.
Con todas las listas de espera que se quiera, con todos los fallos que podamos alegar, tenemos uno de los mejores sistemas públicos de sanidad de todo el mundo, incluido el holandés, donde la sanidad privada prácticamente no existe. Basta con hacer un poquito de turismo para darse cuenta. Acabar con la sanidad pública española no es fácil, pero es posible. En primer lugar se requieren políticos que defiendan con argumentos ideológicos la transferencia de competencias sanitarias a las comunidades autónomas. Antes o después una de ellas será gobernada por alguien sin escrúpulos que quiera hacerse rico o enriquecer a los amigos con el negocio de los hospitales. Troceado, es más fácil acabar con el sistema.
Y ahora es cuando viene la gota china. Sólo hay que tener paciencia. Se suelta una acusación falsa de homicidio por aquí, se aplica una roñosa política de personal por allá, y alguien acabará muriendo por accidente, seguro. Y si es un niño, mejor, que da más pena. Y si su madre se ha muerto antes por una incompetencia médica, perfecto. Entonces se sale a la palestra y se reconoce sin ambages el error: que no quede ninguna duda, pero ninguna, de que la culpable de esa muerte tan horrible es la ineficaz sanidad pública. Quedas como dios y la gente empieza a desfilar por la privada.
Antonio Orejudo. Público
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