Puesto que en el cuaderno anterior ya dediqué espacio al
tema de las pensiones, aquí simplemente añadiré algunos comentarios a la
propuesta realizada por el “Comité de expertos”. Como ya es habitual, su
propuesta es la de cargarse derechos sociales con el argumento de “salvar el
estado de bienestar”. Su propuesta es tan obscena que no parece que esta vez el
argumento vaya a colar.
La fórmula que proponen para las nuevas pensiones es la del
contable al que se le proporcionan unos datos y se le dice que los cuadre. En
la propuesta se dejan fuera del debate otros argumentos que deberían incluirse
en cualquier planteamiento global. Los supuestos implícitos son: a) que las
pensiones deben seguir pagándose sólo con rentas salariales; b) que éstas no
deben crecer y que posiblemente disminuirán por el doble efecto de la
“moderación salarial” y la reducción del empleo, y c) que cada vez la gente
vivirá más y por tanto el gasto tenderá a aumentar, también porque las próximas
oleadas de jubilados tendrán pensiones más elevadas. Con estos supuestos se ha
elaborado una fórmula pensada para reducir las pensiones per cápita; de hecho,
una formula que incluso prevé una reducción automática de las pensiones cuando
el empleo (y las cotizaciones) disminuyan a causa de una recesión.
Una respuesta seria exige discutir sobre todo las dos
primeras: que las pensiones deban financiarse sólo con rentas salariales y que
la participación de los salarios en la renta sea la que es. En un mundo de
“empleo flexible” y de “beneficios empresariales basados en la externalización
de costes sociales”, hay buenos argumentos para justificar que las pensiones
dependan de mecanismos generales de tipo impositivo (por lo menos una parte de
los mismos), de la misma forma que no es de recibo que el sistema de pensiones
sea diseñado de forma procíclica (es decir, que suban y bajen en función de la
coyuntura), agravando con ello el impacto de las recesiones.
Los “expertos contables” que han elaborado esta propuesta
han dado una nueva muestra de cortedad de miras y de sumisión al poder (o
quizás ellos mismos sean parte del poder). De cerrazón porque se han limitado a
elaborar una fórmula de ajuste sin abrir el debate en toda su complejidad, y de
sumisión porque resulta evidente que su propuesta incluye, aunque no la cita,
la introducción masiva de los planes privados de pensiones como complemento. Aunque
también en ello muestran una cortedad de miras notable. Primero, porque los
planes de pensiones realmente existentes muestran un rendimiento tan bajo que
difícilmente pueden representar un complemento satisfactorio para la mayoría de
la gente. Segundo, porque si las rentas del trabajo no van a crecer, no se ve
cómo puede sostenerse un aumento del gasto en pensiones privadas. Y, tercero,
que si éste se impone por ley, ello implicaría una caída del consumo que podría
tener a su vez un efecto macroeconómico inesperado.
La propuesta ha tenido, además, un daño colateral innegable
por el hecho de que uno de los expertos que avalan el tema es un reputado
técnico de CCOO. Aunque el sindicato se ha desmarcado enseguida de la cuestión,
el daño ya está hecho. A mi entender, la situación exige dos respuestas
paralelas. Una, en el plano de la construcción de alternativas: la urgencia de
que los sindicatos y las organizaciones de izquierdas sean capaces de elaborar,
explicar y elaborar una propuesta creíble (por más difícil de imponer que sea)
de sistema de pensiones. Algo que exige como paso previo la organización de una
serie de actividades orientadas a movilizar pensamiento crítico, elaborar la
propuesta y organizar la respuesta social. La otra, en clave interna, la
explico en una nota aparte de este boletín. El ataque a las pensiones es tan
brutal que exige respuestas fuertes, claridad de ideas y de comportamientos.
Alberto Recio Andreu.
Mientras Tanto
Albert Recio Andreu
Albert Recio Andreu
Albert Recio Andreu
Albert Recio Andreu
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