Durante este poco feliz año 2013 continuaron los recortes en el gasto
público con los cuales Europa intenta superar la crisis económica, y
que tan arbitrariamente distribuye nuestro gobierno, así como las
protestas de los sectores afectados, en particular la enseñanza; la OCDE
publicó los resultados de PISA, el examen de las competencias
cognitivas básicas de los alumnos de quince años, con los mismos
resultados de las ediciones anteriores (aquí no se ha notado la crisis,
pero muchos países europeos empeoraron sus puntuaciones). Menos mal que
las Cortes aprobaron la LOMCE (Ley Orgánica calidad de la Educación,
también llamada ley Wert), que, modificando algunos artículos de la ley
anterior, pretende ni más ni menos que ayudar a superar la crisis
económica mejorando las puntuaciones del país en PISA.
¿Qué futuro puede augurarse a tales ilusiones? En realidad, la mayor
parte de los cambios que introduce la LOMCE son de poca relevancia. Unos
responden al patrón de ‘legislación expresiva’ apropiada para afirmar
la propia identidad partidaria y aglutinar a la parroquia. Así, a los 16
principios de la LOE se añaden otros dos, el derecho de los padres a
elegir educación y la libertad de enseñanza, copiando sin novedad la
Constitución; se ha añadido el espíritu emprendedor a los objetivos de
la educación primaria, y se han colocado por doquier menciones al
‘emprendimiento’; se quitan competencias a los Consejos Escolares y se
le dan al director; se elimina la educación para la ciudadanía como
asignatura, volviendo al enfoque “transversal’ de la LOGSE, y al tiempo
se pone la Religión en el lugar que según la Iglesia Católica le
corresponde. Son cambios buenos para contentar a los votantes en el
plano simbólico o ideológico, pero de nula influencia en los resultados
académicos, y no digamos en la competitividad de la economía.
Otros cambios son más pragmáticos, pues no sólo de ideología vive un
partido. Por ejemplo, se autoriza a financiar centros que separan chicos
y chicas, una aspiración por ahora limitada a ciertos católicos
radicales; se favorece a la enseñanza privada introduciendo la ‘demanda
social’ como criterio para la creación de centros, y se legaliza la
cesión de suelo público para la construcción de centros privados. En los
planes de estudio gana mucho la Economía y pierden la música y las
artezs. Pero nadie va a confundir los favores que la LOMCE pueda
procurar a ciertos intereses particulares con el cambio de modelo
productivo.
La uniformidad de la enseñanza (comprensividad) en la adolescencia es
quizás el problema más complejo e ideologizado de todo el sistema
educativo. La LOMCE pretende aliviarlo con itinerarios más rígidos y
tempranos que los actuales. Las ‘diversificaciones curriculares’ se
sustituyen por ‘programas de mejora’, que se adelantan a los 13 años;
las 56 opciones que permite la LOCE en cuarto de ESO (tres asignaturas
de entre ocho) quedan reducidas a 9 por la separación entre un
itinerario académico, donde se eligen dos asignaturas de cuatro, y uno
profesional donde se eligen dos de tres. A cambio, se introduce una
opción más, la Formación Profesional Básica, ampliación de la Garantía
Social de la LOGSE y los PCPI de la LOCE, que dura dos cursos –cuarto de
ESO y uno más- y conduce a un título con el que se puede ingresas en el
nivel medio de la FP. Queda por ver en cuánto este nuevo arreglo
disminuirá la repetición y el abandono temprano, como sus defensores
prometen, y en cuánto aumentará la segregación y el clasismo, que es lo
que auguran sus adversarios.
La novedad más importante de la LOMCE son las ‘reválidas’ al final de
la ESO y del Bachillerato. No cabe duda de que establecer criterios
claros y objetivos para la obtención de los títulos es algo positivo en
términos de igualdad y de información. Pero en la práctica, todo depende
de que se apliquen bien las pruebas adecuadas, como bien reconoce el
propio preámbulo de la LOMCE. Por el momento los augurios no pueden ser
peores. Si las pruebas han de ser ‘homologables a las que se realizan en
el ámbito internacional y, en especial, a las de la OCDE”, entonces se
van a medir competencias básicas que no sirven para evaluar la enseñanza
propiamente escolar, según concluyen los propios informes PISA.
Los exámenes centrales merman la autonomía pedagógica de los centros,
pero la LOMCE intenta aumentar la de gestión, creyendo que, combinada
con los exámenes centrales, va a mejorar los resultados del sistema. Tal
creencia se basa en evidencia producida por PISA, que ha revelado poco
sólida. Los hallazgos iniciales, basados en PISA 2003, quedaron muy
debilitados en PISA 2009, y exangües en PISA 2012, que se limita a
constatar que en los sistemas con mejores resultados las escuelas tienen
mayor autonomía en asuntos de curriculum y de evaluación.
¿Qué cabe, en fin, esperar de la LOMCE? No la catástrofe que algunos
auguran, quizás confundiendo la Ley con los recortes que la han
precedido. Tampoco, desde luego, las mejoras que otros prometen,
apoyándose en deleznables correlaciones. Lo más probable es que, como la
LOCE y la LOE, tenga efectos pequeños y discutibles.
Público.es
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