martes, 29 de octubre de 2013

La educación clasista en España

En España hay clases sociales. Y es imposible entender qué ocurre en España sin entender el enorme dominio que la burguesía, pequeña burguesía y clases medias profesionales de renta alta han tenido y continúan teniendo sobre los aparatos del Estado, influencia que está alcanzando su máxima expresión durante el gobierno Rajoy, el gobierno que España ha tenido durante el periodo democrático que ha sido más sensible a los intereses de estas clases sociales.

Esta enorme influencia explica muchas realidades, tales como la pobreza del Estado del Bienestar (España tiene uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15, el grupo de países, dentro de la Unión Europea, de semejante desarrollo económico), su escasa capacidad redistributiva (de nuevo, el Estado español es de los menos redistributivos en la UE-15), su escasa progresividad fiscal (mientras que los trabajadores de la manufactura pagan impuestos -en porcentaje sobre su sueldo-, en cantidades semejantes a sus homólogos en la UE-15, el 1% de la población que deriva sus ingresos de la propiedad de capital paga sólo un 10% de lo que pagan sus homólogos en el promedio de los países de la UE-15). Todo ello explica la gran pobreza de los servicios públicos del Estado del Bienestar, tales como la educación. El Estado español gastó en educación en 2010 solo un 4,2% de su PIB, mucho más bajo que el promedio de la UE-15 (5,2 %), y mucho, mucho más bajo que Suecia (7%), uno de los países de la UE donde la clase trabajadora y las clases medias de renta media y baja tienen mayor influencia sobre el Estado. El gasto educativo por alumno (en todas las categorías de estudios) en España es de los más bajos de la UE-15.

Las consecuencias de esta pobreza del gasto educativo son muchas. Y la más llamativa es la polarización, por clase social, del sistema educativo. Desde las escuelas de infancia (mal llamadas guarderías) hasta la enseñanza primaria y secundaria, las clases pudientes llevan a sus hijos a las escuelas privadas (cuyo gasto por alumno es más elevado que las públicas, con un subsidio público muy importante, llamado concierto), y las clases populares (las clases medias de renta media y baja y la clase trabajadora) envían a sus hijos a la escuela pública. Muchas de las privadas están gestionadas por la Iglesia católica, que institucionalmente ha sido siempre cercana a los intereses de las clases más pudientes.

Durante la mayoría del periodo democrático, el número de horas lectivas en la enseñanza era mayor en las escuelas europeas que las escuelas públicas españolas. Así, en las escuelas secundarias, las horas lectivas eran de 559 horas al año en las públicas españolas, comparado con 678 horas en el promedio de las escuelas de la UE-15. Sumando el déficit anual, el estudiante español iba a la escuela secundaria un año menos que el estudiante europeo. No por casualidad, el conocimiento en comprensión de lectura, de matemáticas y de lenguas de un graduado español de la escuela secundaria era semejante al de un estudiante europeo de un año menos (Datos de PISA, 2003). Tal diferencial de conocimientos no ha disminuido. En realidad, ha aumentado (PISA, 2012). Y lo que es también interesante subrayar es que los estudiantes de la privada tampoco están mejor que el promedio de los estudiantes de la escuela pública europea (de la UE-15). En realidad, están peor.

La evidencia empírica es clara y contundente para todo aquel que lo quiera ver. Los sistemas educativos polarizados por clase social, con una dicotomía pública-privada, son peores en su calidad educativa que los sistemas públicos mayoritarios. En España, el 34% de los estudiantes van a la privada, y el 66% a la pública. En comparación, en Suecia y Finlandia (esta última es considerada la mejor de Europa) la distribución de porcentajes es 7% versus 93% respectivamente. Esta es una de las mayores causas de la baja calidad educativa en España, resultado del enorme poder de las clases más pudientes (burguesía, pequeña burguesía y clase media profesional de renta alta) sobre el Estado a través de sus instrumentos políticos (los partidos conservadores y liberales) y mediáticos (la gran mayoría de medios de información, tanto públicos como privados), que en su egoísmo –defensa a ultranza de sus intereses inmediatos- están dañando al país, y también, paradójicamente, a la educación de sus hijos, aun cuando consiguen lo que más quieren, es decir, mantener la distancia social (creando ciudadanos de primera –sus hijos- y de segunda –todos los demás-) reproduciendo las desigualdades dentro de la ciudadanía, manteniendo sus privilegios.

Representa, por cierto, una gran incoherencia que esas fuerzas conservadoras y liberales, y sus partidos políticos, como el PP, que se presentan como las “fuerzas patrióticas”, que constantemente hablan de patria o nación enarbolando la bandera, apliquen a la vez políticas públicas, en educación, que descohesiona tal patria. En realidad, la defensa de sus intereses a través de las políticas públicas del gobierno Rajoy daña a la mayoría de la ciudadanía, mostrando que pese a su discurso y narrativa, son profundamente anti-patriotas, pues el elemento clave de la patria –el término que utilizan ellos-, es su población. Y la mayoría queda dañada por esas políticas. De ahí que debiera ser una tarea a realizar por las fuerzas progresistas desenmascarar la utilización tan abusiva y oportunista de los “superpatriotas” de las banderas, pues en realidad están defendiendo sus intereses de clase. Su visión de España es una visión clasista que daña a la España real. Cada uno de los elementos de la reforma Wert favorece a su visión clasista, en contra de la España real, la España social y la España plurinacional. Es una reforma reaccionaria que dañará a las clases populares –la mayoría de la ciudadanía en España-.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
El Plural

lunes, 28 de octubre de 2013

Universidad S.A. (Documental)

Universidad S.A. (Documental) 
www.universidadsa.com


Este documental pretende mostrar los procesos y las consecuencias que resultan de la mercantilización de la Universidad y de su contexto político, económico y social.

Para ello, contactamos y entrevistamos a personas vinculadas a la universidad de diferentes maneras y con distintos perfiles, desde una ex-alumna hasta un ex-rector; con tal de intentar ofrecer una visión amplia y diversa de lo que acontece la educación superior. Nuestro cedazo, en materia de selección de los entrevistados, fueron los ejes temáticos que veíamos importante tratar así como la voluntad de colaboración con este proyecto; pues, cabe decir, que no pocos desatendieron nuestra invitación.

Con todo, parece ser, que de una manera u otra la mayoría de los puntos de vista mostrados en el documental convergen hacia un mismo punto: la Universidad, la niña bonita de nuestras instituciones, se ha dejado corromper. Y lo ha hecho de distintas maneras: sometiéndose a los dictados de la mercantilización, dejándose llevar por la fiebre inmobiliaria, banalizando los títulos, aceptando la privatización -literalmente- de los resultados de las investigaciones (y por ende; elitizando y privatizando el conocimiento producido con dinero público), deshumanizando las aulas y a lo que ellas contengan, etc. Todo, por tal de satisfacer a nuestras nuevas deidades: los mercados, las empresas y las corporaciones que en ellos actúan.

Así, el documental transita desde los espacios macroeconómicos de decisión que marcan la pauta y el hacer de los gobiernos a la traducción directa de la aplicación de estas medidas, previo señalamiento de los responsables políticos, explicitando las consecuencias sociales y personales que tienen estas dinámicas.

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"Universidad, S.A." es un documental que se estrenó el 24 de Octubre, y que aborda la situación de las universidades públicas españolas a través del análisis de los casos concretos de las universidades Catalanas (totalmente extrapolable al resto del Reino). El proyecto fue autofinanciado por los autores, independientes de cualquier organización, y publicado bajo una licencia Creative Commons.

Se trata de un video necesario para saber dónde estamos y a dónde nos dirigimos, explicado de la mano de personalidades académicas y alumnos, Josep Ferrer (Ex-rector de la Universitat Politècnica de Catalunya), Gemma Rauret (Ex-directora de la ANECA y la AQU, agencias de calidad), Jordi Estivill (destacado profesor universitario a nivel europeo, ahora, jubilado), Vera Sacristán (Profesora de la UPC y miembro del Observatorio del Sistema Universitario), Jorge Calero y Ramón Franquesa (profesores y economistas de la Universitat de Barcelona), Aída Sánchez (Profesora recortada de la Universitat de Barcelona), Santiago López Petit (Profesor recién jubilado de filosofía de la UB), Xavier Bonal (Sociólogo de la Universitat Autónoma de Barcelona), y, por último, Ruth y Edurne (dos alumnas).


jueves, 24 de octubre de 2013

Una educación abocada al subdesarrollo

La reforma del ministro Wert ha conseguido unir a toda la comunidad educativa alrededor de un objetivo común: detener el desmantelamiento de nuestra educación pública y denunciar la naturaleza profundamente injusta de una reforma que se opone frontalmente a los criterios científicos y de justicia social vigentes en el campo de la educación. Tal y como sucedió con la reforma laboral aprobada en febrero 2012, la denominada Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) ha desencadenado un conflicto entre el Gobierno y los intereses de la mayoría social que se prevé largo y complicado. Ambas reformas, junto con las ya iniciadas o anunciadas por el Gobierno en muy diferentes ámbitos (Código Penal, pensiones, aborto, etc.), configuran una estrategia ultraconservadora orientada a la ablación de los derechos sociales y políticos de la inmensa mayoría de la sociedad. Una sociedad condenada por quienes ostentan el poder político a la precariedad laboral, a la inseguridad social, a la insuficiencia en la formación y a la limitación de los derechos que atañen a la esfera íntima de libertad personal.

En el epicentro de la batalla contra la LOMCE, entre huelgas y manifestaciones, es preciso evidenciar y argumentar está la relación de continuidad entre las distintas reformas y en particular entre la reforma laboral y la educativa. Para ello debemos aludir, en primer lugar y de forma preeminente, a la profunda transformación operada en el seno de la Unión Europea a raíz de la implantación del euro. Como es sabido, la existencia de la moneda única ha beneficiado a Alemania y a otros países ricos de Europa, reforzando su posición en el esquema europeo como exportadores netos de bienes de equipo y de consumo y como importadores netos de demanda general. O, por expresar la idea con otras palabras, la unión económica y monetaria ha permitido que los países centrales, especialmente Alemania, acumulen crecientes excedentes comerciales en su espacio vital europeo, bloqueando cualquier posibilidad de devaluación competitiva y alimentando una intensa redistribución del trabajo en perjuicio de las modestas economías de la cuenca mediterránea. Como vamos a comprobar enseguida, las reformas a las que nos referimos se inscriben en este contexto, que explica y moldea sus características fundamentales.

Veamos. El aspecto más notable de la zona euro ha sido la aparición de una nueva división del trabajo favorable a los países centrales, que han aprovechado la brecha de competitividad con la periferia para controlar porciones cada vez más grandes de los flujos comerciales en el interior de la Unión Europea. Mientras Alemania, Holanda o Finlandia orientaban sus economías hacia la fabricación de bienes de alto valor añadido, los países de la periferia se especializaban en la producción de bienes de bajo valor añadido, animando a base de crédito el consumo de productos fabricados en el Norte rico. España, por ejemplo, se entregó a una vorágine urbanizadora que, en apenas una década, transformó profundamente el territorio de nuestro país. El virus de la especulación, que se extendió rápidamente por todo el cuerpo social, provocó un aquelarre inmobiliario que ha estimulado a la economía española durante algo más de un decenio, convirtiendo el sector de la construcción en la verdadera industria nacional y otorgándole una importancia económica muy superior a la de otros países europeos.

Partiendo de esta base, no parece exagerado afirmar que el proceso de construcción europea ha provocado una situación de naturaleza colonial, caracterizada por la hegemonía alemana y la subordinación de las economías periféricas a partir de una específica división del trabajo que convierte a los países pobres en una reserva de mano de obra barata. Ciertamente, esta situación no se deriva de una guerra de agresión, sino de una estrategia competitiva encabezada por Alemania y plenamente aceptada por las clases dirigentes de los países periféricos, que de este modo asumen su incapacidad de afrontar un camino independiente para sus respectivos países. Sin embargo, el resultado no ofrece lugar a dudas: una relación de subordinación y dependencia semejante a la que se produce en el proceso de colonización clásico, caracterizado por la desposesión sistemática de las economías periféricas y la sobreexplotación de sus trabajadores.

En este contexto, la reforma laboral aprobada por el Gobierno del Partido Popular constituye un paso decisivo en la acelerada transición hacia el subdesarrollo que ha comenzado en nuestro país. Este proceso, que supone un importante retroceso en la protección legal de los trabajadores, se desarrolla al margen del turnismo político mediante diversas fórmulas legislativas: el abaratamiento del despido, la contratación temporal no causal o la desarticulación de la negociación colectiva… Su objetivo es elevar la tasa de beneficio incrementando la tasa de explotación de los trabajadores. Pretende rentabilizar al máximo el uso de la fuerza de trabajo flexibilizando el empleo y eliminando controles administrativos y sindicales. Se trata, en definitiva, de una violenta devaluación salarial que se encuentra reflejada en los diferentes datos estadísticos y que supone la consolidación del mercado de trabajo típico de los países subdesarrollados.

Pues bien, la LOMCE se explica y cobra sentido en este contexto económico y laboral. Recordemos que, entre otros aspectos, la Ley reduce el número de asignaturas y limita la carga lectiva a unos contenidos mínimos, orientando el sistema educativo hacia la preparación de mano de obra barata, futuros trabajadores precarios provistos de los conocimientos indispensables para desenvolverse adecuadamente en el mercado laboral basura que les brinda el capitalismo. Ignorando las verdaderas necesidades del alumnado, la reforma alumbra un sistema educativo que se basa en la realización de exámenes continuos, convirtiendo la educación en una carrera de obstáculos en la que las condiciones económicas y familiares serán determinantes para el éxito o el fracaso escolar. En una economía periférica, el mercado laboral reclama mano de obra masiva y no cualificada, como corresponde a una sociedad clasista que descarta la igualdad de oportunidades. No es aventurado suponer que, tras la aprobación de la LOMCE, los hijos de una familia trabajadora verán disminuidas sus posibilidades de progresar socialmente y sufrirán las consecuencias de la nueva división europea del trabajo.

En coherencia con ello, la reforma apuesta decididamente por la segregación clasista del alumnado, delineando un abanico de itinerarios formativos que se inician a edad muy temprana y que pretenden eliminar de manera progresiva la educación común durante la etapa obligatoria. Como ha denunciado la comunidad científica, esta opción legislativa ignora y vulnera las necesidades y motivaciones del alumnado, convirtiendo el sistema educativo en una gigantesca agencia de formación y selección de personal para satisfacer las necesidades de las empresas. Por si hubiera alguna duda sobre la intención del legislador, el segundo borrador de la Ley establecía que los alumnos que presenten una “situación socioeconómica desfavorable” serían desviados a diversos programas de formación profesional, evidenciando el futuro que el Ministro tiene reservado a aquellos estudiantes que proceden de familias con menos recursos.

Hace meses que la comunidad educativa viene alzando la voz para desenmascarar las verdaderas intenciones de esta bárbara reforma. Las masivas movilizaciones y protestas de la marea verde ponen de relieve que este colectivo está unido en la defensa de la educación pública. Pero más allá de la comunidad educativa, es la sociedad en su conjunto la que debe rechazar esta reforma de manera contundente y reclamar con toda firmeza la construcción de una alternativa, con protestas por las vías tradicionales, con la reinvención de la movilización y la acción social, desde estructuras ya establecidas y con la creación de otras nuevas. No nos queda otra opción que reconquistar nuestra independencia para detener el empobrecimiento de la población. De lo contrario, la transición hacia el subdesarrollo se consolidará e institucionalizará, convirtiendo a nuestro país en una reserva de mano de obra barata condenada a vender su fuerza de trabajo por salarios de miseria.

La clave es una movilización de carácter general y sostenida en el tiempo contra una nueva colonización dirigida por la Troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) y consentida por régimen bipartidista. Todas las resistencias deben confluir en un objetivo común, de mayor alcance, construyendo una amplia alianza político-social alrededor de la propuesta de impago de la deuda, la recuperación de la soberanía y el rechazo a las reformas alevosamente impuestas a nuestro país. Las recientes movilizaciones, protestas y malestar compartido demuestran que no se trata de un brindis al sol: esta alianza existe de manera potencial en nuestra sociedad y acabar de conformarla está en manos de las personas que salimos a la calle en defensa de nuestra educación pública, las que hemos salido y saldremos en defensa de nuestros derechos. Pero ya no basta con repetir el ritual de protesta, hace falta avanzar en los distintos caminos de organización y confluencia. La transición está en marcha y el tiempo no corre a nuestro favor.

Héctor Illueca
Doctor en Derecho e Inspector de Trabajo y Seguridad Social
Adoración Guamán
Doctora en Derecho y Profesora de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social
Público.es
http://blogs.publico.es/otrasmiradas/1181/una-educacion-abocada-al-subdesarrollo/
 

martes, 22 de octubre de 2013

Libro: "La privatización de los Sevicios Públicos en España



 Comisión de Servicios Públicos y Comercio Internacional
Attac España

Contribuciones de:
Alberto Ameijide, Luis Babiano, Eloi Badia, Carles Blanco de la Fuente, Jaume Delclòs, Carmen Esbrí, Carles Escolano,Ricardo García Zaldivar, Jaume Giménez Duran, Matteo Guainazzi, Catalina Llobera, Víctor López, Apol.lònia Miralles Xamena, Rafael Muñoz, Vicenç Navarro, Caterina Oliver Nicolau, Enrique Ortega, Fermín Rodríguez Castro, Carlos Ruiz Escudero, Irene Salamanca, Carmen San José, Lidia Serrano

La privatización de los servicios de agua: ¿austeridad o negocio?

La estrategia neoliberal del Banco Mundial (BM) y de la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha venido presionando para reducir el campo de acción de la función pública a todos los niveles, a fin de dejar mayores espacios a la iniciativa privada. Bajo esta presión, se han degradado las tradicionales funciones del Estado, como impulsor de valores de justicia y cohesión social. En los países empobrecidos y en desarrollo se han desmontado, o cuando menos debilitado, los ya de por sí endebles servicios públicos y las perentorias políticas de protección social. Pero incluso en el mundo desarrollado, el llamado estado del bienestar se ve ya gravemente afectado, especialmente a raíz de la vigente crisis. Bajo el pretendido argumento de la “austeridad”, las instituciones públicas, debilitadas en sus capacidades financieras, tienden a “vender los muebles”, concesionando y privatizando los servicios básicos bajo su responsabilidad, como forma de aliviar su situación financiera. 

Asistimos a un proceso de progresiva “anorexización” de las instituciones públicas, bajo la idea de que el dinero donde mejor está es en el bolsillo del contribuyente. Se ha venido promoviendo la desconfianza hacia la función pública, como ineficiente, opaca y burocrática, al tiempo que se han venido presentando las políticas desreguladoras y privatizadoras como alternativas de modernidad, flexibilidad, eficiencia y racionalidad, glorificando las virtudes del libre mercado

Desde este enfoque, garantizar el acceso universal a servicios básicos de interés general, como los de agua y saneamiento, sanidad o educación, tradicionalmente asumidos, cuando menos, como derechos de ciudadanía, llega a considerarse una interferencia por parte del Estado contra el libre mercado. Se supone que el Estado debe retirarse y dejar que tales servicios sean gestionados como simples servicios económicos desde un marco de libre competencia. Los ciudadanos, en consecuencia, deben pasar a ser clientes; y los servicios en cuestión deben dejar de ser de acceso universal para pasar a ser accesibles tan sólo para quienes puedan y quieran pagarlos.

 Diversos modelos de privatización del agua
Se han promovido diversos modelos de privatización en materia de aguas. En Chile, bajo la dictadura de Pinochet, se ensayaron las opciones más radicales del naciente neoliberalismo, lo que llevó a privatizar, en la práctica, los ecosistemas acuáticos. Aunque la propiedad formal de los ríos es pública, el control real del uso de sus aguas es privado, sin restricciones de ningún tipo, incluido el derecho de compra-venta. Pinochet se aseguró de anclar ese principio privatizador al marco constitucional a la hora de ofrecer la transición a la democracia… Por ello, si alguien necesita una concesión de aguas en Chile, hasta hace poco tenía que viajar a Madrid, para negociar con Endesa, propietaria de buena parte de los ríos chilenos, y ahora debería hacerlo a Roma, donde están los accionistas mayoritarios de la citada empresa.

La Sra. Thatcher, en el Reino Unido, promovería posteriormente un modelo menos agresivo, al privatizar tan sólo las infraestructuras urbanas de abastecimiento y saneamiento. Por un precio simbólico, entregó, por ejemplo, a Times Water, la propiedad de toda la red de abastecimiento y saneamiento del área metropolitana londinense… Al mismo tiempo, hay que decir, se constituyó un potente ente público, OFWAT, que debe regular el servicio en cuestión. 

Sin embargo, lo cierto es que, ni uno ni otro modelo se expandieron posteriormente a otros países. El modelo francés, sin embargo, mucho más sutil, es el que se ha extendido por todo el mundo, con el apoyo explícito del Banco Mundial. 

En el llamado “modelo francés”, tanto los ecosistemas acuáticos como las principales infraestructuras de regulación, conducción, distribución y saneamiento quedan bajo dominio público. Los grandes operadores transnacionales aspiran a recibir simplemente la concesión de gestión del servicio, para lo cual proponen una estrategia de partenariado público-privado, conocida por las siglas PPP (Public-Private-Partnership). Desde esta estrategia se suelen promover empresas mixtas en las que los grandes operadores no tienen inconveniente en aceptar ser socios minoritarios, frente al correspondiente Ayuntamiento, Gobierno Regional o Nacional. La clave innegociable hay que buscarla en las cláusulas que establecen la exclusividad de la empresa privada en lo que se refiere a la gestión, bajo el argumento de que son ellos quienes disponen del conocimiento y capacidades tecnológicas y organizativas; lo que en terminología francesa se presenta como el “Savoir Faire” o en inglés como el “Know How”… El poder no se busca tanto a través de la mayoría financiera, como, de forma más sutil, a través de la información. En pocos años, el control efectivo del servicio y del negocio queda, de forma prácticamente exclusiva, en manos privadas, aunque formalmente la institución pública responsable disponga de mayoría financiera en la empresa.

 Los argumentos de la desregulación y privatización de los servicios de agua
Los procesos de privatización en grandes ciudades de países empobrecidos o en desarrollo (los grandes operadores nunca se interesaron por pequeñas ciudades ni zonas rurales), bajo la presión del BM, han acabado por motivar la rebelión de los más pobres. La “Guerra del Agua” de Cochabamba (Bolivia) prendió la mecha en América Latina. 

Como consecuencia de ello, los propios operadores transnacionales reconocen que han tenido que cambiar su estrategia. Durante casi dos décadas, priorizaron los llamados “mercados no regulados” (“unregulated markets”), donde la falta de normas y de control público permitía prever un mayor espacio de negocio. Sin embargo, estas corporaciones argumentan hoy, que la falta de regulación, unida a la inestabilidad social y política, acaba por generar riesgos inaceptables… Por ello, la estrategia, durante los últimos años, ha girado hacia los llamados “mercados fiables” (“reliable markets”), como los que emergen en países como los de  Europa Oriental o la propia Rusia.

Tres han venido siendo los principales argumentos empleados por parte de las instituciones económico-financieras internacionales y por los grandes operadores privados, para justificar esas políticas de desregulación y privatización:

-      Ante la crisis financiera de la Administración, se supone que el sector privado puede aportar las inversiones necesarias para hacer llegar el servicio a los más pobres.
-      Frente a los problemas de ineficiencia y corrupción en la función pública, la libre competencia incentiva la eficiencia e induce un mayor control de los usuarios mediante el ejercicio de sus derechos como clientes.
-      Ante la creciente complejidad técnica de los servicios de agua y saneamiento en grandes ciudades, la iniciativa privada ofrece la necesaria tecnología y capacidad organizativa.

En lo que se refiere al primer argumento, lo cierto es que los grandes operadores privados han invertido escasos fondos propios para desarrollar redes e infraestructuras básicas en los países en desarrollo, tal y como demostró, de forma empírica, el proyecto PRINWASS (Castro-2004), financiado por la UE. Dicho proyecto de investigación estudió un amplio abanico de casos. Particularmente claras fueron las conclusiones en el caso de Argentina, el país en el que se inició la experiencia privatizadora de los servicios de agua en América Latina. Mientras estuvieron concesionados a los grandes operadores europeos, las inversiones realizadas siguieron siendo en su mayor parte públicas, y tan sólo una mínima proporción fue realizada por dichos operadores. La estrategia empresarial de las grandes corporaciones europeas siempre consideró arriesgado y poco rentable, realizar inversiones masivas en infraestructuras básicas. En la mayoría de los casos, el proceso de privatización tan sólo desbloqueó créditos del BM, que pasaron a ser gestionados por el operador privado, aunque eso si, se cargaron sobre la deuda pública argentina, o del país en cuestión.

Hoy, en plena crisis económico-financiera, este argumento se ha retorcido, en la medida que son las grandes corporaciones las que requieren capitales públicos para sobrevivir. De esta forma, asistimos, entre impasibles e impotentes, a un juego financiero escandaloso: el Banco Central Europeo ofrece financiación barata (al 1% a tres años) a los grandes bancos, para que éstos financien operaciones de compra de Bonos del Tesoro o de privatización de servicios públicos, eso sí cargando intereses del 5 o del 6%… Es decir nos “compran los muebles” de las instituciones públicas, con nuestro propio dinero y, para colmo, imponen un margen impresionante de intereses que se acabarán cargando en las tarifas de los servicios, una vez privatizados… 

El poder financiero está transformando así su propia crisis en una ventana de oportunidad para sus intereses, apoyándose para ello en esas políticas públicas de falsa “austeridad”. En la medida que se trata de un servicio que todos tenemos que usar, si o si, en nombre de mejorar las finanzas de la colectividad, se acaban aumentando las cargas globales a cubrir por la ciudadanía en beneficio de las grandes corporaciones privatizadoras. En realidad, privatizar este tipo de servicios, para la comunidad, equivale a vender el piso en el que tenemos que vivir. A renglón seguido, tendremos que alquilárselo a quien nos lo compró, pagando la amortización de la compra, más los beneficios que nos impongan. Con el agravante de que, en estas condiciones, venderemos barato y alquilaremos caro, al precio que nos marquen… Nada que ver, por tanto, con estrategias de “austeridad”, como sería vender la segunda residencia para sanear la economía de lo imprescindible… En nombre de la “austeridad”, en realidad, asistimos a un proceso sistemático de sabotaje de valores y derechos sociales, como forma de abrir nuevos espacios de negocio para las grandes corporaciones privadas.

El segundo argumento, referente a las ventajas de la libre competencia, que en otros servicios puede resultar válido, no lo es en éste. Ante todo, es preciso subrayar que los servicios de abastecimiento, por su propia naturaleza, constituyen lo que se denomina un “monopolio natural”. El proceso de privatización, en este caso, puede promover opciones de competencia “por el mercado”, pero no de competencia “en el mercado”. Es decir, a lo más que se puede aspirar es a una efímera competencia para conseguir la concesión en concurso público, cuando no se produce una adjudicación directa… En todo caso, una vez adjudicada la concesión, el servicio pasa a ser gestionado en régimen de monopolio privado por largas décadas, bajo duras cláusulas de reversión. 

En este contexto, y aunque resulte paradójico, lo que suele ocurrir, en la práctica, es que se reduce el nivel real de competencia en los mercados. En efecto, cuando la gestión es municipal, o se hace desde una empresa pública local o regional, la adquisición de nuevas tecnologías, los trabajos de mantenimiento y modernización, así como otras múltiples acciones específicas, suelen ser contratadas acudiendo al mercado, donde compiten, en concurso público, multitud de pequeñas y medianas empresas altamente especializadas. Es lo que se conoce como el “mercado de inputs secundarios”, en el que suele producirse un volumen de negocio mayor que en la gestión misma del servicio. Sin embargo, cuando el servicio queda concesionado a alguno de los grandes operadores transnacionales, el “mercado de inputs secundarios” suele quedar bloqueado y blindado a la competencia, en la medida que estas empresas disponen de sus propios recursos para cubrir esas necesidades. El resultado final, paradójicamente, es que se reduce la competencia de mercado y se encarece indebidamente el servicio.

En la medida que, tal y como hemos explicado, nos encontramos con un “monopolio natural”, el argumento del control de los ciudadanos sobre el operador, a través de sus derechos como clientes, tampoco funciona, pues tales derechos sólo pueden ejercerse en la medida que se pueda cambiar de proveedor, opción que en este caso no es posible.

Tal y como llegó a decir públicamente el director del Banco Mundial en Brasil, Vinod Thomas: “Cuando hay riesgo de que se genere un monopolio privado, es mejor dejar los servicios en manos del Estado…” (Folha de Sao Paulo; 21-9-2003).

Por otro lado, la pretendida transparencia del mercado frente a la opacidad de la gestión pública es más un mito que una realidad. El hecho de que en muchos casos la gestión pública sea burocrática y opaca no significa que tenga que serlo. De hecho, el que la gestión sea pública, permite exigir transparencia, en la medida que las instituciones públicas se deben a la ciudadanía; mientras que la gestión privada, legalmente protegida por el derecho a la privacidad en la información, acaba limitando la transparencia, a lo sumo, a los principales accionistas de la empresa. 

En todo caso, los problemas de opacidad, burocratismo e incluso corrupción, no se resuelven privatizando la administración pública, sino democratizándola. No parecería muy razonable proponer como solución a una eventual corrupción de la policía, su privatización. De hecho, en los países donde los problemas de corrupción degradan la vida pública, la entrada de operadores privados, lejos de resolverlos, los ha agravado, realimentando la lógica del sistema que les acoge. 

Hoy, incluso en las democracias avanzadas, está vigente el reto de promover reformas de la función pública que impulsen la gestión participativa y garanticen la transparencia. En la medida que no es posible la competencia en el mercado se trata de promover la competencia a través de la información y del contraste público entre servicios análogos: lo que se conoce como “benchmarking”, impulsando nuevos modelos de gobernanza participativa. Ello exige una regulación pública del sector que garantice una transparencia contrastable de los servicios de agua y saneamiento en las distintas ciudades. Los gestores de esos servicios deben ofrecer información clara a través de un sistema común de indicadores que permita a los ciudadanos contrastar la calidad, precios, niveles de garantía, etc…, de sus respectivos servicios de agua y saneamiento con los de cualquier otra ciudad. 

Por último, argumentar que la complejidad de unos servicios modernos de agua y saneamiento desbordan las capacidades de la Administración Pública resulta cuando menos inexacto. De hecho, los servicios de agua y saneamiento más eficientes funcionan, sin duda, en países como Holanda, Suiza, Suecia o Alemania, bajo gestión pública, a través de pequeños operadores locales. Operadores que en los últimos tiempos tienden a agruparse a niveles regionales para conseguir mejoras por economías de escala. La clave de una buena gestión se demuestra que no está tanto en la tecnología, que siempre se puede conseguir en el mercado, sino en la buena gobernanza, desde una escala local-regional, que permita vincular, de forma eficaz, esos servicios a la ciudadanía e instituciones locales de las que dependen.

En este debate, a menudo se confunde desregulación y privatización. Aún asumiendo la responsabilidad pública sobre este tipo de servicios, cabe, sobre el papel, concesionar su gestión a un operador privado, bajo adecuadas condiciones de contrato y de regulación que garanticen un control del concesionario por parte de la Administración. Sin embargo, controlar de forma efectiva la gestión de estos grandes operadores, cuando se les concesiona el servicio en su conjunto, no sólo es difícil, sino que en la práctica es imposible. Por un lado, en la mayoría de los casos, las propias Administraciones, una vez concesionado el servicio, pasan a despreocuparse literalmente de la cuestión. Pero aún en el caso de que tengan la sincera voluntad de controlar a la empresa concesionaria, la desproporción de medios y de envergadura entre los Ayuntamientos y estas corporaciones multinacionales hace inviable un control efectivo. De hecho, suele producirse, antes o después, el fenómeno conocido como “compra” o “captura del regulador”.
 
En todo caso, el BM en su política de apoyo a los procesos de privatización, no se ha distinguido, ni se distingue, por promover condiciones de estricta regulación pública, que garanticen la transparencia, la participación ciudadana y los derechos humanos y ciudadanos, particularmente entre los más vulnerables… 

Hacia nuevos modelos de gestión pública participativa.
Las presiones desreguladoras que operan, tanto a nivel mundial como en el entorno europeo, merecen un amplio y profundo debate público. En el caso de los países que firmaron la Convención de Aarhus, entre los figura España y la UE, tal debate se hace ineludible en aplicación del principio de participación pro-activa, que la citada Convención establece. La decisión de privatizar este tipo de servicios no debe decidirse como un simple asunto administrativo, en los despachos de alcaldía o de presidencia del gobierno regional o estatal. Incluso el debate en plenarios municipales o parlamentarios resulta insuficiente. En la medida que se trata de decisiones que afectan a derechos ciudadanos, e incluso a derechos humanos, por periodos de varias décadas, sería necesario abrir amplios debates públicos que culminen, en su caso, en referéndum, tal y como recomienda la Declaración Europea por la Nueva Cultura del Agua (FNCA-2005).

Hoy, más allá del reconocimiento formal del dominio público sobre las aguas y los ecosistemas hídricos, nos encontramos ante la necesidad de reflexionar sobre los retos que imponen, tanto el nuevo paradigma de sostenibilidad, como la obligación de garantizar el acceso al agua potable y a servicios básicos de saneamiento como un derecho humano

Asumir, en materia de gestión de aguas, los principios de equidad inter e intra-generacional, refuerza la necesidad de replantear el dominio y la gestión pública o comunitaria sobre los ecosistemas hídricos y los acuíferos, desde nuevos enfoques que prioricen la sostenibilidad de sus funciones de vida, así como el acceso universal a cuotas básicas de aguas de calidad (30-40 litros/persona/día) y servicios básicos de saneamiento, como un derecho humano asumido ya por NNUU. Pero yendo más allá, debemos afrontar el reto de diseñar y gestionar como derechos de ciudadanía, el acceso a servicios domiciliarios de agua y saneamiento de calidad. Derechos de Ciudadanía que, por su propia naturaleza, deben ser también de acceso universal. Derechos vinculados a Deberes de Ciudadanía, que exigen diseñar y desarrollar nuevos modelos de gestión pública participativa.

Los agudos conflictos abiertos frente a los procesos de privatización, han venido poniendo el dedo en la llaga; pero ello no significa que hayan resuelto el problema de cómo gestionar adecuadamente estos servicios básicos. Incluso en el seno del movimiento por la gestión pública participativa bajo control social, está abierto el debate sobre como organizar el necesario equilibrio entre derechos y deberes ciudadanos, especialmente en lo que se refiere a la gestión financiera de estos servicios. La política tarifaria a aplicar resulta, cuando menos, polémica. Entender y asumir todos estos cambios no puede imponerse por decreto, sino que exige nuevos modelos de gobernanza participativa desde ámbitos locales, regionales y nacionales en un marco global que debe garantizar los derechos humanos y desarrollar una nueva condición de ciudadanía global.

Pedro Arrojo Agudo – Consejo Científico de ATTAC España
Profesor Emérito del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza
Attac España

viernes, 18 de octubre de 2013

Pensiones públicas. " Cuestión de dignidad y justicia, no de sostenibilidad"

Las pensiones públicas sufren un descomunal ataque desde hace años. La minoría rica quiere sustituir las pensiones públicas por privadas. En España las pensiones públicas son 117.000 millones de euros anuales.

Dirigen la ofensiva contra las pensiones el FMI, Banco Mundial y Unión Europea. El FMI  sostiene que la mayor esperanza de vida “acarrea costos financieros a los gobiernos por los planes de jubilación”. Y amenaza con que hay que recortar las pensiones. ¿Más?

El FMI osa decir incluso en un reciente informe que vivir más es “un riesgo financiero”. De ahí a empezar a urdir algún tipo de ‘solución final’, no hay tanto techo. Un viceministro japonés ya pidió a los jubilados que se hicieran el hara-kiri para aliviar las cuentas públicas.

Pero lo peor es que, para reducir “el riesgo que supone la longevidad”, el FMI propone recurrir a los mercados de capital porque -dice- son quienes “tienen más capacidad para gestionar los planes de pensiones”. Es como contratar zorros para que vigilen el gallinero. O pedófilos para escuelas infantiles.

Desde hace años hay una campaña catastrofista impulsada por FMI y compañía que profetizan la quiebra de las pensiones públicas. Sesudos estudios profetizaron la bancarrota del sistema público de pensiones en España en 1995, 2000, 2005, 2007, 2010… Pero ni uno acertó.

Christine Lagarde, directora del FMI afirma que la economía mundial es “adicta” a los años de bienestar y se ha de “desenganchar” con “decisiones correctas en medidas estructurales”. En plata, con retrocesos sociales y contra- reformas. Es decir, esa cierta distribución de riqueza que fue el mal llamado estado de bienestar ahora resulta ser una “adicción”. Para el FMI cobrar una pensión es como esnifar cocaína o chutarse heroína.

En España, entre los “adictos” al bienestar (según el FMI), hay unos 9.000.000 de pensionistas; casi una quinta parte de población total. Y, de esa cantidad, algo más de la mitad cobra pensiones inferiores a 750 €. Casi dos millones de pensionistas cobran menos de 500 euros, pero que cobren más de 1500 euros no llegan ni al 1% y 1000 o más, solo un tercio. Al final, en el Reino de España, más de la mitad de pensionistas está bajo el umbral de la pobreza. ¿Rebajarán las pensiones hasta que quienes están razonablemente bien sean pobres y para el resto la pobreza se convierta en miseria?

Para mantener la falacia de la insostenibilidad de las pensiones, en España se actúa como si la Seguridad Social fuera diferente del Estado. Inicialmente se separaron las cuentas de ésta por transparencia, pero ahora se pretende que es un ente diferente, que ha de sobrevivir por su cuenta. Como si no fuera parte del Estado. Pero es falso, porque todos los recursos del Estado han de hacer frente a la totalidad de gastos del Estado, pensiones incluidas.

Aparte de que la seguridad social tiene cuentas limpias y claras, en cualquier caso, la presunta insostenibilidad de las pensiones públicas desaparece cuando son atendidas en los presupuestos generales por el estado. Sin necesidad de depender del volumen de cotizaciones sociales, convertidas así en una partida más de financiación, pero no la única.

“¿Y las cuentas claras y el déficit…?”, rugirán los voceros neoliberales. ¿Hablamos de los insostenibles gastos militares, los derroches suntuarios, las obras públicas innecesarias, el dinero para la Iglesia, el dinero de la corrupción? ¿Hablamos del capitalismo de amiguetes? ¿Hablamos de fraude fiscal…? En España suma 80.000 millones de euros…
La realidad es que los trabajadores financian Europa. En España, cerca del 90% de impuestos recaudados procede de rentas del trabajo. Y cifras semejantes se dan en Grecia, Portugal, Italia… En tanto que quienes más ganan y más tienen eluden y evaden impuestos a placer. Como muestra, 550.000 millones de euros españoles (equivalente al 45% del PIB) no han pagado impuestos y se ocultan en paraísos fiscales, según ha denunciado la revista Alternativas Económicas. Y se puede hablar en términos semejantes del resto de países europeos.

No es cuestión de sostenibilidad sino de dignidad y justicia. Cuestión de derechos. Y de impuestos justos, progresivos y suficientes.

Xavier Caño Tamayo
Periodista y escritor
CCS (Centro de Colaboraciones Solidarias)
http://ccs.org.es/2013/10/11/cuestion-de-dignidad-y-justicia-no-de-sostenibilidad/

viernes, 11 de octubre de 2013

La Sanidad Pública estimula la economía, no la hunde

A los argumentos clásicos a favor de la sanidad pública —una obligación social hacia los demás y los buenos resultados en salud que disfruta España— es necesario añadir la aportación económica al país.

Ya en 1993 Robert Fogel, premio Nobel en economía, comentó: "El tren fue el motor económico en el siglo 19, el automóvil en el siglo 20 y la innovación en el sector salud lo será en el siglo 21".

La crisis económica en España nos ha hecho olvidar que la creación de un sistema de salud universal como el nuestro ha aportado bastante más a la economía que lo que ha costado y que, por lo tanto, es contradictorio no protegerla como un activo más.

En un estudio reciente, Bloom and Canning indican que la buena salud de la población inyecta al crecimiento económico del 0,3% al 0,5% anualmente. Sumemos eso a lo largo de los últimos 35 años y evaluemos quien ha aportado más a la economía, ¿los bancos o la sanidad pública?

La creación de un sistema universal de salud ha generado miles de puestos de trabajo. Más de medio millón de personas trabajan directamente en la Sanidad en España e indirectamente por lo menos otro medio millón.

La inversión en prevención, en infraestructuras y especialmente en atención primaria en nuestro país ahorra millones todos los días, al atender a gente que en otros países aparece en la parte más cara del sistema de salud: las urgencias.

Un enorme número de estudios indican que la gente sana es más productiva. Los empresarios deberían ser los primeros defensores de la sanidad pública, no los que la ponen en duda. La mejor salud lleva a muchos a ahorrar más, porque la gente ahora vive más y piensa más en sus necesidades económicas futuras. Los niños sanos aprovechan mejor la educación y la educación proporcionará unas profundas consecuencias económicas en la vida de ese niño y de ese país.

Este razonamiento es perfectamente compatible con la necesidad creciente de ser más eficientes en la sanidad. La productividad debe mejorarse, como en cualquier otro sector, y los profesionales de la salud son conscientes de la necesidad de cambios en este sentido. Mejorar la productividad interna del sistema de salud es también bueno para la economía.

Los países que no disponen de un buen sistema público de salud no disfrutan de esas ganancias económicas y, lo que es peor, cosechan peores resultados en salud que nosotros. Estas razones y la solidaridad llevaron a la Administración estadounidense actual a una reforma de la sanidad, llamada coloquialmente Obamacare.
Con el chantaje de paralizar la aprobación del presupuesto en Estados Unidos, estos días, el Partido Republicano no está en contra de la reforma porque tema que no funcione; lo que teme es lo contrario, que funcione. Y que poco a poco la gente tenga cobertura sanitaria gracias a los demócratas. Para ello están dispuestos a paralizar el Gobierno.

La sanidad debe ser vista como un motor económico en España. Es necesario empezar a razonar en el sector en términos de inversión y no de contención del gasto. Visto así, la clave no es gastar menos, sino mejor.

Gastar menos en algunos casos es negativo. Este es el caso del copago, tan debatido en España. Los estudios recientes indican que muchos pacientes no toman los medicamentos beneficiosos que les han prescrito. Si se les pone aún más copago, la consecuencia será más enfermedades renales, más ictus, más infartos y más diabetes, todos descompensados en urgencias. El ahorro será a corto plazo y a consecuencia de mucho sufrimiento y muerte más adelante. Somos el único país del mundo que piensa que el ahorro inmediato conseguido con copagos es un indicador de política sanitaria eficaz.

Gastar menos conlleva un riesgo seguro: afectar negativamente a la salud de la población, pero también a uno de los motores económicos del futuro de España. A eso se le llama una situación lose-lose; una circunstancia en la que todos salen perjudicados, ¡incluida la economía!

¿Y cómo se gasta mejor?
Es necesario organizar el sistema asistencial para que María pueda ser tratada de su diabetes antes de que se complique y así no tenga que aparecer en urgencias y sufrir amputaciones. Lo mismo para que Pedro pueda controlar su hipertensión y no tenga un infarto que será carísimo para él y para el sistema de salud.

Es España no tenemos aún ese sistema, pero ya sabemos financiar y organizar un sistema así. ¿Por qué no hacerlo?
Los resultados del sistema de salud de EEUU son peores que los del sistema nacional de salud en España
En ambos lados del Atlántico necesitamos una Sanidad fuerte, para la gente, para la economía y para la investigación.

En estos momentos, el sistema de salud de Estados Unidos tiene peores resultados que nuestro Sistema Nacional de Salud. Sin embargo, si Obama consigue implantar su reforma —que ya es ley— y España se queda atrapada en una simple lógica de contención del gasto, los norteamericanos tendrán pronto un mejor sistema de salud que nosotros.

Rafael Bengoa es director del Deusto Business School Health y Senior Leadership Fellow de Harvard. Ha sido consejero de Sanidad del Gobierno vasco.
El País