El actual proceso de contrarreforma neoliberal de la sanidad
representa una involución radical en nuestro modelo sanitario, un
verdadero golpe de estado contra la sanidad pública. Muchas son las
preguntas a hacernos: ¿Es mejor la sanidad privada que la pública?,
¿cuáles serán las consecuencias de la privatización?, ¿quiénes son los
mercaderes y “vendedores” de nuestra sanidad?, ¿qué objetivos y
estrategias están utilizando?, ¿cómo defender la sanidad pública?
Tal y como muestran gran número de estudios, la sanidad privada es
más desigual, menos eficiente y tiene peores resultados que la pública.
Por ejemplo, un estudio comparativo de hospitales privados con y sin
afán de lucro en 26.000 hospitales y 38 millones de pacientes concluyó
que la mortalidad fue mayor en los hospitales que se lucraban. Sabemos
que los hospitales privados seleccionan a los pacientes, cobran por acto
médico, realizan pruebas e intervenciones innecesarias y dan altas
prematuras. La gestión privada no sólo es más cara sino que sus
ganancias se basan, sobre todo, en ahorrar en recursos y personal,
ofreciendo bajos salarios y condiciones de empleo precarias, lo cual
afecta la salud de los trabajadores de la salud y daña la calidad de la
atención sanitaria. La privatización de la sanidad rompe el concepto de
ciudadanía y solidaridad social y abre paso al clasismo y la
discriminación produciendo desigualdades injustificables. Todo ello
producirá un modelo de sanidad “trifásico”, a tres niveles: una sanidad
de pago para los ricos y la clase media que pueda pagarla, una sanidad
pública con servicios mínimos y baja calidad para la clase trabajadora y
una clase media empobrecida, y una sanidad de beneficencia para las
personas en situación de pobreza y marginación.
Los principales mercaderes de la sanidad son el poder económico
representado por las grandes empresas aseguradoras y los oligopolios de
una industria farmacéutica-biomédica-tecnológica sanitaria que trabaja
sin descanso para ampliar un modelo sanitario cuyo potencial de negocio
es enorme. Empresas como Capio Sanidad, el Grupo Ribera Salud, USP,
Sanitas, HM Hospitales, entre otras, invierten y compiten por consolidar
sus intereses privados y ampliar sus beneficios económicos. El pastel a
repartir al mejor postor es de miles de millones de euros. Junto a las
empresas, otros “presuntos” implicados en el proceso son las elites
políticas y gestores de partidos como el PP, CiU e incluso del PSOE, que
velan por sus intereses personales y de clase inmediatos, siendo
dependientes financiera, ideológica y psicológicamente de los poderes
económicos. La connivencia se refleja en valores e intereses compartidos
y en prácticas de clientelismo y “puertas giratorias” con favores
políticos, pagos y salarios irregulares, y adjudicaciones sin concurso.
Un ejemplo es el de la Generalitat de Catalunya, donde Boi Ruiz,
Conseller de Salut desde finales de 2010, ha sido director y presidente
desde 1994 de Unió Catalana d’Hospitals, la patronal sanitaria que
agrupa a más de 100 entidades. Un ejemplo de su lealtad para promover la
entrada de capital privado en la sanidad pública se refleja en el
informe de principios de 2011 realizado por la consultora PwC para la
Generalitat de Catalunya. En él se detalla la propuesta de privatizar y
mercantilizar la sanidad: ambulancias, laboratorios clínicos,
emergencias médicas, institutos tecnológicos, hospitales, centros de
atención primaria… Se puede decir más fuerte pero no más claro. Por
último, otros beneficiarios del proceso privatizador son los
“vendedores”, los cuales incluyen ideólogos y consultoras o “voces de su
amo”, y analistas o correas de transmisión de las bondades del negocio
sanitario: gestores tecnócratas que manejan “clientes” en vez de
pacientes, tertulianos “sabelotodo” que claman lo indefendible y,
también, expertos, analistas e investigadores, malabaristas del
coste-beneficio, disfrazados de científicos.
Como una mercancía más, la sanidad pública ha sido puesta en venta al
mejor postor para lograr el máximo beneficio económico. Las estrategias
para mercantilizar son variadas. Una de ellas es “culpar a las
víctimas” de sus enfermedades y señalar su responsabilidad personal
(“repagos”) diluyendo el papel de las políticas y los determinantes
sociales. Una segunda, es destruir la buena imagen y la capacidad de “lo
público”. Se intenta hacer creer que la entrada del sector privado es
“racional” y cubre una “función social” y, con la excusa de la
“austeridad”, los brutales recortes presupuestarios están desangrando la
sanidad pública. Y una tercera estrategia fundamental es la progresiva
realización de cambios “político-legales” para parasitar a lo público,
facilitar la gestión privada, crear fundaciones y consorcios para
ocultar la realidad, segmentar la sanidad pública para ayudar a su
venta, y promover el aseguramiento privado.
Tener una atención sanitaria de calidad no puede ser una mercancía
sino un derecho regulado democráticamente y sufragado públicamente.
Contra lo que apuntan los mercaderes y vendedores que se lucran con la
salud y la vida de la gente, la sanidad pública es “la solución” y no
“el problema”. La historia enseña que los procesos de movilización y
lucha social, y la consiguiente generación de pérdidas y miedo en la
clase dominante, son cruciales para defender nuestros derechos y
conseguir otros nuevos. La salud no se vende, se defiende. Nuestra salud
está en juego.
Joan Benach y Carles Muntaner
Profesores de salud pública de la Universitat Pompeu Fabra y la University of Toronto respectivamente; ambos son miembros del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET, UPF), y coautores junto con Gemma Tarafa y Clara Valverde del libro La Sanidad está en Venta (Barcelona: Icaria, 2012).
Profesores de salud pública de la Universitat Pompeu Fabra y la University of Toronto respectivamente; ambos son miembros del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud (GREDS-EMCONET, UPF), y coautores junto con Gemma Tarafa y Clara Valverde del libro La Sanidad está en Venta (Barcelona: Icaria, 2012).
Público.es
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