Güemes afirma, con toda la cara, que no se pone en entredicho la equidad con el copago. Claro que perjudica el copago a la equidad del derecho a la protección de la salud, puesto que aquellos que tienen más se inhibirán menos de utilizar las prestaciones sanitarias porque pueden pagarlas, mientras que los que menos tienen, dejarán de utilizar las prestaciones incluso en aquellos casos en los que sería necesario su utilización.
En el fondo, se producirá un aumento de las contrataciones de los seguros privados, ya que si tengo que pagar por los públicos, mejor utilizo los privados y no me someto a las listas de esperas.
La eliminación de impuestos es lo que trae
Güemes plantea el copago sanitario para pagar los excesos del Gobierno regional que ha realizado grandes regalos a través de la eliminación de los impuestos, lo que ha reducido los ingresos. Esto ha llevado al Gobierno regional a embarcarse en la externalización de las prestaciones sanitarias hacia entidades privadas, que están siendo muy costosas y de dudosa eficacia.
Es inadmisible que ahora plantee que la sanidad no sólo no es gratuita, sino que nos cuesta más de lo que podemos pagar y por eso ahora los ciudadanos tienen que pagar dos veces por la prestación sanitaria, una con sus impuestos, y otra cuando la vayan a necesitar. Si queremos mantener el sistema de salud, necesitamos más ingresos y debería venir de las administraciones estatal y autonómicas.
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Sean cuales sean los argumentos utilizados, proponer la introducción de un pago en la sanidad pública me parece aberrante. ¿Exagerado? En absoluto y lo explicaré a continuación.
1.- Las falacias de fondo
Se ha difundido socialmente una imagen de uso del sistema de salud que retrata a los españoles como personas inmaduras, que acuden a los servicios sanitarios de manera recurrente, que acumulan vorazmente medicinas y que no han descubierto aun que una gripe no justifica una visita al servicio de urgencias. El retratar a las persona como inmaduras o extraviadas es un elemento recurrente en nuestra escena social (pensemos en todos esos discursos sociales sobre la juventud y su pérdida de valores, por ejemplo), pero realmente, tales afirmaciones suelen ser mentiras o verdades a medias, que en este caso son utilizadas para justificar medidas como el copago y para desdibujar la triste realidad de la sanidad pública en España.
Cierto es que el uso de los servicios sanitarios en España no es todo lo responsable que debería de ser, pero no cabe duda de que hacer de esto el retrato de la sanidad, es tomar la parte por el todo. La verdad es que la gente acude al médico, de forma inmensamente mayoritaria, cuando se siente enferma y esa simple razón, en reconocimiento de nuestro derecho a la salud, nos hace merecedores de un examen o un diagnóstico. A partir de ahí es el sistema sanitario el que ha de crear una red de servicios de atención, en la que se combinen servicios de atención en infraestructuras hospitalarias y servicios domiciliarios lo bastante eficaces como para evitar la masificación de los servicios de urgencia hospitalarios u otros centros.
Porque, ¿acaso existe bastante personal sanitario en las grandes ciudades que acuda con una rapidez aceptable a visitar a un enfermo que solicita atención sanitaria? En absoluto, a pesar de que el tiempo transcurrido desde que aquel realiza su llamada y su visita pueda ser determinante para su supervivencia: ciertamente no en la mayoría de los casos, pero tampoco tan raramente. Un dolor de barriga puede ser producido por una indigestión, una apendicitis o un aneurisma, lo que puede conducir a un desenlace muy distinto según cual sea la realidad del enfermo. Fallan, pues, las atenciones domiciliarias, pero también los centros médicos se colapsan con facilidad, tanto los de proximidad como los hospitales, pero ¿es por inconsciencia de los ciudadanos o por falta de personal y recursos? ¿Qué ha de hacer una persona que experimenta cualquier dolencia y que no recibe hora en su médico de cabecera hasta cuatro días más tarde? Obviamente arriesgarse o bien recurrir a un servicio de urgencias.
Lo cierto es, y los profesionales de la salud saben muy bien que el sistema sanitario tiene su principal endeblez en dos aspectos claves: insuficiencia de recursos económicos y mala gestión de los recursos sanitarios, la cual incluye, además, al bajo trabajo educativo realizado con los usuarios, a fin de mejorar sus hábitos de asistencia. Ahora bien, esta realidad podría justificar mejor que nada la introduccion de medidas de copago con finalidades financieras, así que pasemos a hablar de financiación.
2.- La financiación sanitaria: el verdadero debate
Nos reiteramos en que el sistema de salud está insuficientemente financiado: España es uno de los países que menos invierte en salud por habitante, del conjunto de
En efecto, lo primero que cabe señalar es que el copago por atención sanitaria, como aportación financiera, resulta en extremo raquítico. Muchos son los expertos que coinciden con ello y que además apuntan el incremento de costes de gestión que supondría la implantación de dicho sistema, lo que disminuiría aun más su capacidad financiera. Para verlo más claramente, piénsese en un Centro de Atención Primaria: ¿cuántos usuarios serían atendidos diariamente y qué 'recaudación' realizaría el centro, pongamos que a euro por visita? Una cifra absolutamente ridícula. También se ha señalado, como efecto perverso del copago, que al cobrar al usuario este se vuelve más exigente e incrementa la presión sobre los profesionales de la sanidad, los cuales, a causa de lo insignificante de la medida, ni serán más, ni dispondrán de más recursos.
Pero me interesa más destacar sus conexiones sobre el sistema impositivo. Lanzo ahora mismo una propuesta alternativa: si
De hecho hay varias respuestas. La primera, que medidas como el copago a menudo se proponen como una vía para mantener un mismo nivel de financiación y seguir promoviendo nuevas bajadas de impuestos, que sobre todo favorecen a las personas con mayores rentas y riquezas, así como a otras entidades. Ejemplos: total bonificación del impuesto sobre el patrimonio, bonificación del impuestos de sucesiones, reducciones de los tipos más elevados del IRPF, reducción del tipo del impuesto de sociedades... Aunque, de paso, algunos vean reducida su contribución al IRPF, lo que existe, sobre todo, es una disminución de la contribución de las clases altas a los ingresos públicos sobre los que se sostiene la sanidad, mientras que ello se compensa con medidas como el copago y no se atienden los grandes déficits financieros como la sanidad, pero también, por ejemplo, la educación. El dogma de estar siempre bajando los impuestos no sólo es perjudicial para la cohesión social, sino también la causa de la introducción de mecanismos que socaban el presente y el futuro del Estado del Bienestar. Por lo tanto, cuando algunos hablan de copago, no están realmente hablando de mejorar la financiación sanitaria sino de soñar con menos impuestos para las clases pudientes: téngase eso muy en cuenta porque es un elemento clave del debate.
3.- Por una sociedad de iguales en la salud y en la enfermedad
Aun hay algo más que no debe quedar en el tintero y es la constatación que el sistema de saludo es algo demasiado importante como para que deje de ser gratuito. Decir que es un pilar del Estado del Bienestar no es sólo una frase hecha. La salud es una condición necesaria para el desarrollo de los individuos y de una sociedad, por lo que lo primero que no podemos hacer es cobrar más por estar enfermo. En efecto, esa es la filosofía que respalda la visión "consumista" del sistema sanitario según la cual se propone el copago. Porque resulta que la enfermedad es incapacitante, impide el desarrollo normal de la vida laboral y por lo tanto la capacidad de los individuos, en primer lugar, de generar rentas y, en segundo lugar, de pagar impuestos que sigan reforzando el sistema. Es tétrico imaginar un sistema sanitario en que se cobra por día de ingreso hospitalario o por el consumo de menús en los hospitales, puesto que ello aun castiga más la economía de una familia azotada por una enfermedad, sea ésta cual sea. Ante todo, debemos preservar el principio de igualdad ante la enfermedad y ser capaces de proveer los recursos necesarios, que garanticen tanto la supervivencia económica de las familias, como el más rápido restablecimiento de los enfermos y su protección psicológica. Y el copago no va en absoluto en esta dirección, al cobrar por enfermar y al pretender establecer unas tasas sobre el uso de la salud entre individuos con diferentes niveles de ingresos y riquezas. Dicha solución tan solo puede seguir ampliando las brechas sociales y morales de nuestra sociedad.
Nos queda, sin embargo, un copago posible: el de la existencia de los sistemas privados de salud. La existencia de dichos sistemas alivian la financiación de la sanidad pública al retirar de la misma una parte de los usuarios potenciales, por lo que son deseables siempre y cuando sean de libre adhesión, tengan un carácter complementario y la sanidad pública atienda de forma amplia y suficiente las necesidades de salud del conjunto de la población que reside en el país, para lo cual, no es necesario el copago, sino el verdadero enemigo de algunos: la presión fiscal. Ello implicaría, por lo tanto, acabar con las listas de espera, con los retrasos en los diagnósticos y seguir ampliando de manera constructiva la cobertura sanitaria, no sólo mediante la introducción de servicios de salud no ofrecidos actualmente, sino también reduciendo el copago donde ya existe: en el acceso a los medicamentos.
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