miércoles, 5 de octubre de 2011

Privatizaciones: el monstruo se hace más fuerte

Uno de los atributos identitarios del neoliberalismo es la organización económica de tal forma que se encauza gran parte de la renta hacia las personas, familias y empresas más ricas de una sociedad.

Para ello, son muy importantes las reformas de las condiciones de trabajo, pues en las relaciones de trabajo se reparte una gran proporción de la riqueza que produce la sociedad. Aumentando el tiempo de trabajo, disminuyendo los salarios, abaratando la indemnización del despido, debilitando la posición del trabajador en la negociación con el empresario (debilitando la negociación colectiva), permitiendo mil forma de fraude en la contratación (la temporalidad, las becas, los falsos autónomos), las condiciones de trabajo (jornadas largas más allá de la ley, horas extraordinarias no retribuidas, vacaciones impedidas, sin seguridad o higiene, sin seguridad social) o el despido, … la renta absorbida por la gran empresa aumenta.

La tolerancia de la indefensión de proveedores con el oligopolio de la demanda (oligopsonio) o de consumidores con el oligopolio de la oferta, igualmente facilita que la cuenta de resultados crezca.

La reforma del sistema de impuestos es clave, pues los impuestos podrían recabar excedentes de renta de personas, familias y empresas que han obtenido volúmenes desproporcionados en los circuitos primarios de reparto: salarios de ejecutivos, intereses, dividendos, alquileres. La acción de igualación por la intervención social se completaría con la función redistributiva del gasto: como pensiones contributivas, ayudas o servicios públicos (educación, sanidad, atención social). Por eso, uno de los esmeros de la acción política del neoliberalismo es la reforma de los impuestos, reduciendo impuestos a los ricos, que consiguen otro plano de concentración de riqueza.

La gran excusa para transitar este sendero de regresividad fiscal es el miedo a las evasiones fiscal. Pese a los esfuerzo para que los dineros estén cómodos en cada país, con un trato deferente hacia las rentas del ahorro, los grandes dineros de deportistas (los mismos deportistas que son muy nacionales cuando se trata de recaudar aplausos por sus gestas), artistas, empresarios, rentistas, banqueros siguen escapando a paraísos fiscales o a residencias fiscales con menor presión fiscal o secreto bancario.

La aminoración de ingresos repercute en la reducción de los gastos y la inversión, más si machaconamente los mismos que han disminuido los ingresos nos meten en los oídos el raca-raca de que no podemos gastar más de lo que ingresamos. Con ello, vienen los recortes sociales en educación, sanidad, dependencia, que cada uno de los dos partidos del bipartidismo imperante, y consolidante de la tendencia viciosa, le atribuyen al otro en la estrategia del “Y tú más”.

A veces, este agujero se tapa con ingresos extraordinarios. Uno de esos ingresos extraordinarios llenó las arcas públicas mientras se inflaba la burbuja inmobiliaria. La gran actividad económica, sobre todo constructiva y especulativa con el precio de la vivienda, provocaba un pago de impuestos excepcional. Con esa cantidad coyuntural un país como España consiguió sostener su precario Estado del Bienestar, mejorarlo apenas, hacer más reformas tributarias a favor de las grandes rentas, rebajar la deuda pública y lograr superavit. El precio era un sobreendeudamiento privado y exterior, que provocó un colapso de la financiación de la construcción y compra de vivienda a precios en aumento y una crisis integral.

Otra forma de ingresos extraordinarios son las privatizaciones. El Estado no puede cubrir el déficit con impuestos y vende el patrimonio heredado por generaciones. En los últimos treinta años el patrimonio público, de todos, no ha tenido grandes incorporaciones, algunas líneas de tren de alta velocidad construídas seguramente con un criterio más centrado en el interés particular de constructores que en le interés general. Sin embargo, hemos visto como se ha vendido grandísimas empresas del sector público. Se consiguen así unos ingresos que no se obtienen de cobrar impuestos a quienes acumulan grandes riquezas y se venden grandes empresas con grandes beneficios posiblemente a quienes ya se han enriquecido con las reformas laborales y fiscales.

En el periodo 1984-2011 se han vendido empresas y grandes empresas por un valor de unos45.000 millones de euros. En el siguiente cuadro pueden ver las empresas que cotizan el IBEX-35.Verán como entre las primeras destacan empresas que fueron privatizadas.
Empresas del IBEX-35 por valor bursátil,en millones de euros. Fuente: EL ECONOMISTA. Elaboración propia.

Telefónica (1), parte del BBVA (Argentaria) (4), Repsol (6), Acerlor (Aceralia) (7), Endesa (8), INDRA, parte de Gas Natural. Además de grandes empresas que no cotizan en el IBEX35 como SEAT, vendida a Volkswagen, como IBERIA, como Marsans. El patrimonio vendido por 43.200 millones hoy, incluso en un momento de suelo bursátil por la crisis, casi se triplica. Por lo que se refiere a los beneficios, sólo Telefónica superó en 2010 los 10 mil millones; Endesa, los 4 mil; Repsol, los 4 mil quinientos. En total, más de 20 mil millones en años de crisis.

A juzgar por esos datos no parece que las privatizaciones hayan sido un buen negocio para el Estado: no reduce mucho la deuda (45 mil millones representan poco menos del 10% de toda la deuda), pierde unos ingresos patrimoniales nada desdeñables, se vende un patrimonio a un precio insuficiente a juzgar por la revalorización experimentada (el 20% de Telefónica se vendió en 1997 por 4 mil millones y ahora tiene un valor de 24 mil millones), se cede el control sobre sectores estratégico, se crean unas empresas tan grandes que luego presionan al Estado debilitado para que se comporte a su beneficio, se cae en el riesgo de que el capital inicialmente español caiga en el control de capitales nacionales (lo que suele doler a los responsables de las privatizaciones, como se ve en el caso de la alianza entre Sacyr y Pemex en Repsol).

Por lo tanto, lo que en principio se diseña como una estrategia para cubrir el déficit estructural provocado por la disminución de los ingresos procedentes de la clase social de rentas altas acaba potenciando el negocio de esa clase social. Un circulo virtuoso para ellas, en paralelo con un círculo vicioso para las clases trabajadoras y populares.

La propiedad pública de las empresas estratégicas era un elemento fundamental de la socialdemocracia, como la progresividad fiscal o el estado del bienestar. En la secuencia histórica de estos treinta años hemos visto como el PSOE ha cambiado esos principios por los del neoliberalismo. En medio de la burbuja, el gobierno de Zapatero no se vio obligado a hacer privatizaciones visibles, aunque vendiera pequeñas empresas y participaciones marginales de grandes empresas. Sin embargo, con la llegada de las vacas flojas el esquema financiero que han implantado el PP y el PSOE le ha obligado a privatizar Aeropuertos y Loterías. Con ello, continúa la tendencia de un sector público cada vez más debiliado, frente a un sector privado (en su mayor parte procedente de la inversión colectiva y comprado a precio de saldo) que cada vez se pavonea más de la fuerza acumulada. Su sed ilimitada de negocio intentará convertir en mercancia todo aquello que se les ponga por delante, educación, sanidad y pensiones incluídas. Sabemos que con los partidos del bipartidismo tendrán el camino allanado.

Invertir esta tendencia histórica que se ha acelerado en los años de la crisis-excusa no será fácil. Requerirá el nacimiento y crecimiento de un nuevo actor capaz de devolver la cordura y la generosidad a las sociedades.

Samuel García Arencibia, autor del blog sagara1977.wordpress.com
Fuente: Rebelión

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