Uno de los atributos identitarios del neoliberalismo es la
organización económica de tal forma que se encauza gran parte de la
renta hacia las personas, familias y empresas más ricas de una sociedad.
Para ello, son muy importantes las reformas de las condiciones de
trabajo, pues en las relaciones de trabajo se reparte una gran
proporción de la riqueza que produce la sociedad. Aumentando el tiempo
de trabajo, disminuyendo los salarios, abaratando la indemnización del
despido, debilitando la posición del trabajador en la negociación con el
empresario (debilitando la negociación colectiva), permitiendo mil
forma de fraude en la contratación (la temporalidad, las becas, los
falsos autónomos), las condiciones de trabajo (jornadas largas más allá
de la ley, horas extraordinarias no retribuidas, vacaciones impedidas,
sin seguridad o higiene, sin seguridad social) o el despido, … la renta
absorbida por la gran empresa aumenta.
La tolerancia de la
indefensión de proveedores con el oligopolio de la demanda (oligopsonio)
o de consumidores con el oligopolio de la oferta, igualmente facilita
que la cuenta de resultados crezca.
La reforma del sistema de
impuestos es clave, pues los impuestos podrían recabar excedentes de
renta de personas, familias y empresas que han obtenido volúmenes
desproporcionados en los circuitos primarios de reparto: salarios de
ejecutivos, intereses, dividendos, alquileres. La acción de igualación
por la intervención social se completaría con la función redistributiva
del gasto: como pensiones contributivas, ayudas o servicios públicos
(educación, sanidad, atención social). Por eso, uno de los esmeros de la
acción política del neoliberalismo es la reforma de los impuestos,
reduciendo impuestos a los ricos, que consiguen otro plano de
concentración de riqueza.
La gran excusa para transitar este
sendero de regresividad fiscal es el miedo a las evasiones fiscal. Pese a
los esfuerzo para que los dineros estén cómodos en cada país, con un
trato deferente hacia las rentas del ahorro, los grandes dineros de
deportistas (los mismos deportistas que son muy nacionales cuando se
trata de recaudar aplausos por sus gestas), artistas, empresarios,
rentistas, banqueros siguen escapando a paraísos fiscales o a
residencias fiscales con menor presión fiscal o secreto bancario.
La
aminoración de ingresos repercute en la reducción de los gastos y la
inversión, más si machaconamente los mismos que han disminuido los
ingresos nos meten en los oídos el raca-raca de que no podemos gastar
más de lo que ingresamos. Con ello, vienen los recortes sociales en
educación, sanidad, dependencia, que cada uno de los dos partidos del
bipartidismo imperante, y consolidante de la tendencia viciosa, le
atribuyen al otro en la estrategia del “Y tú más”.
A veces, este
agujero se tapa con ingresos extraordinarios. Uno de esos ingresos
extraordinarios llenó las arcas públicas mientras se inflaba la burbuja
inmobiliaria. La gran actividad económica, sobre todo constructiva y
especulativa con el precio de la vivienda, provocaba un pago de
impuestos excepcional. Con esa cantidad coyuntural un país como España
consiguió sostener su precario Estado del Bienestar, mejorarlo apenas,
hacer más reformas tributarias a favor de las grandes rentas, rebajar la
deuda pública y lograr superavit. El precio era un sobreendeudamiento
privado y exterior, que provocó un colapso de la financiación de la
construcción y compra de vivienda a precios en aumento y una crisis
integral.
Otra forma de ingresos extraordinarios son las
privatizaciones. El Estado no puede cubrir el déficit con impuestos y
vende el patrimonio heredado por generaciones. En los últimos treinta
años el patrimonio público, de todos, no ha tenido grandes
incorporaciones, algunas líneas de tren de alta velocidad construídas
seguramente con un criterio más centrado en el interés particular de
constructores que en le interés general. Sin embargo, hemos visto como
se ha vendido grandísimas empresas del sector público. Se consiguen así
unos ingresos que no se obtienen de cobrar impuestos a quienes acumulan
grandes riquezas y se venden grandes empresas con grandes beneficios
posiblemente a quienes ya se han enriquecido con las reformas laborales y
fiscales.
En el periodo 1984-2011 se han vendido empresas y grandes empresas por un valor de unos45.000 millones de euros.
En el siguiente cuadro pueden ver las empresas que cotizan el
IBEX-35.Verán como entre las primeras destacan empresas que fueron
privatizadas.
Empresas del IBEX-35 por valor bursátil,en millones de euros. Fuente: EL ECONOMISTA. Elaboración propia.
Telefónica (1), parte del BBVA (Argentaria) (4), Repsol (6), Acerlor
(Aceralia) (7), Endesa (8), INDRA, parte de Gas Natural. Además de
grandes empresas que no cotizan en el IBEX35 como SEAT, vendida a
Volkswagen, como IBERIA, como Marsans. El patrimonio vendido por 43.200
millones hoy, incluso en un momento de suelo bursátil por la crisis,
casi se triplica. Por lo que se refiere a los beneficios, sólo
Telefónica superó en 2010 los 10 mil millones; Endesa, los 4 mil;
Repsol, los 4 mil quinientos. En total, más de 20 mil millones en años
de crisis.
A juzgar por esos datos no parece que las
privatizaciones hayan sido un buen negocio para el Estado: no reduce
mucho la deuda (45 mil millones representan poco menos del 10% de toda
la deuda), pierde unos ingresos patrimoniales nada desdeñables, se vende
un patrimonio a un precio insuficiente a juzgar por la revalorización
experimentada (el 20% de Telefónica se vendió en 1997 por 4 mil millones
y ahora tiene un valor de 24 mil millones), se cede el control sobre
sectores estratégico, se crean unas empresas tan grandes que luego
presionan al Estado debilitado para que se comporte a su beneficio, se
cae en el riesgo de que el capital inicialmente español caiga en el
control de capitales nacionales (lo que suele doler a los responsables
de las privatizaciones, como se ve en el caso de la alianza entre Sacyr y
Pemex en Repsol).
Por lo tanto, lo que en principio se diseña
como una estrategia para cubrir el déficit estructural provocado por la
disminución de los ingresos procedentes de la clase social de rentas
altas acaba potenciando el negocio de esa clase social. Un circulo
virtuoso para ellas, en paralelo con un círculo vicioso para las clases
trabajadoras y populares.
La propiedad pública de las empresas
estratégicas era un elemento fundamental de la socialdemocracia, como la
progresividad fiscal o el estado del bienestar. En la secuencia
histórica de estos treinta años hemos visto como el PSOE ha cambiado
esos principios por los del neoliberalismo. En medio de la burbuja, el
gobierno de Zapatero no se vio obligado a hacer privatizaciones
visibles, aunque vendiera pequeñas empresas y participaciones marginales
de grandes empresas. Sin embargo, con la llegada de las vacas flojas el
esquema financiero que han implantado el PP y el PSOE le ha obligado a
privatizar Aeropuertos y Loterías. Con ello, continúa la tendencia de un
sector público cada vez más debiliado, frente a un sector privado (en
su mayor parte procedente de la inversión colectiva y comprado a precio
de saldo) que cada vez se pavonea más de la fuerza acumulada. Su sed
ilimitada de negocio intentará convertir en mercancia todo aquello que
se les ponga por delante, educación, sanidad y pensiones incluídas.
Sabemos que con los partidos del bipartidismo tendrán el camino
allanado.
Invertir esta tendencia histórica que se ha acelerado
en los años de la crisis-excusa no será fácil. Requerirá el nacimiento y
crecimiento de un nuevo actor capaz de devolver la cordura y la
generosidad a las sociedades.
Samuel García Arencibia, autor del blog sagara1977.wordpress.com
Fuente: Rebelión
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